Número 17 | Diciembre de 2011
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Antonio Fernández Molina, crítico de arte
 
 

Resumen:

Este ensayo, dedicado a la trayectoria como crítico de arte de Antonio Fernández Molina, se presentó en el XIII Congreso Nacional de la Asociación Española de Críticos de Arte (AECA), en una sesión celebrada en el IEA de Huesca el 19 de noviembre de 2011, un día especialmente consagrado en aquella reunión a conmemorar el 25 aniversario de la Asociación Aragonesa de Críticos de Arte (AACA)


Abstract:

 This essay, devoted to the trajectory as art critic of Antonio Fernández Molina, was presented at the 13st National Congress of the Spanish Association of Art Critics (AECA) in a session held at Huesca's IEA on November the 19th 2011, a day specially devoted in that conference to commemorate the 25th anniversary of the Aragonese Association of Art Critics (AACA)

Palabras clave castellano: Antonio Fernández Molina, crítico de arte
Palabras clave inglés: Antonio Fernández Molina, art critic

        Hablar de A. F. Molina (Alcázar de San Juan, provincia de Ciudad Real, 1927-Zaragoza 2005), es hablar de una figura absolutamente inclasificable, por la gran diversidad de trabajos que realizó en los diferentes cauces de expresión: la literatura, la poesía, el teatro, la crítica tanto literaria como artística, el cine, la pintura o el grabado, todas estas expresiones las fue desarrollando a lo largo de su vida de manera autodidacta. Si bien la faceta más conocida sea la del “poeta-pintor”. No solo fue un gran creador, también un incansable estudioso por conocer todo lo que alrededor de las artes se estuviera produciendo, llegando a convertirse en un erudito especializándose en artistas, que como él, combinaran la escritura con la pintura. Recuérdese su ensayo sobre Picasso escritor, el primero editado en nuestro país.  A lo largo del presente trabajo, rescataremos, dentro de su amplia biografía, una faceta quizás, menos conocida, la de crítico de arte. Debemos agradecer públicamente, las facilidades que la familia del artista nos ha brindado a la hora de poder revisar  los cientos de papeles y recortes de periódico y revistas en las que participó. Especialmente, en la figura de su hija  Ester Fernández Echeverría, por atender todas nuestras peticiones.

         La niñez y juventud de A. F. Molina fueron duras, su padre muere cuando él apenas tiene siete años, teniendo que trasladarse toda su familia a Guadalajara, ahí vivirán con su abuelo paterno, Jacinto, quién vive en Casa Uceda, aquí será donde el joven Molina, descubrirá su vocación de poeta, se hará un apasionado lector, y conocerá a la que será su fiel e infatigable compañera para el resto de su vida, Josefa.  En 1951 el joven muchacho habido de cultura, decide tomar un camino, con el dinero que su abuelo le había dado para comprar un traje, creará el primer número de la revista literaria Doña Endrina, revista pequeña y humilde en tamaño y número de páginas,  por la carencia de medios, pero enormemente ambiciosa por su contenido. En cada número aparecían una docena de colaboradores, cerrando el número con noticias escuetas y desenfadadas. Entre los primeros poetas que participaron en esta revista, cabe destacar la participación de Miguel Labordeta, pieza clave, años después, para que el manchego terminara sus días en Zaragoza. Por aquel entonces A. F. Molina, empezará a realizar colaboraciones principalmente de poesía en diversas revistas, entre ellas Tricicle, El Pájaro de Paja, Deucalión, Despacho Literario…etc…   

          En 1954 muere su madre, este trágico echo, da un vuelco en la vida del joven muchacho, que tendrá que asumir como primogénito la dirección de la familia, para poder con ingresos fijos, y asumir las obligaciones familiares, decide hacerse maestro. Uno de sus primeros destinos, recién casado con Josefa,  será Alpedrete, aunque no durará mucho su vida cómo maestro. En 1963 pedirá la excedencia en la enseñanza, para dedicarse a la realización de un estudio sobre Silverio Lanza para el monográfico de la revista Papeles de Son Armadans, saliendo airoso de esta prueba, Camilo José Cela, que era el director de la revista, convierte  a Fernández Molina en secretario de  redacción de la revista, y le convida a trasladarse con su mujer y su prole hasta Mallorca. Trasladado ya a la isla, junto a Cela, se encargará de realizar en la revista poemas, cuentos, microcuentos, breves piezas teatrales de creación propia. En este periodo su economía empieza a cambiar, se instala en la Bonanova, el barrio de los artistas, se permite el lujo de comprar material de pintura, encontrándose muy seguro de sí mismo y de su valía como pintor, alimentándose principalmente del surrealismo, aunque no es la única fuente. “La admiración que sentía por el Art Brut de Dubuffet, los universos plásticos de Michaux, de Wols, los misteriosos dibujos de Víctor Hugo, los de Paul Klee o de García Lorca… la afinidad con la filosofía del grupo El Paso o el magicismo de Dau al Set, determinaron en cierta medida sus creaciones. Pero sobre todo fue el contacto con los integrantes del movimiento pospista, lo que le convenció a mantenerse en el camino artístico que había tomado” (Fernández Echeverría. 2007). Es en este punto, donde Fernández Molina comenzará verdaderamente sus labores como crítico de arte.

         Sus primeras colaboraciones ocasionales serán en revistas mallorquinas como por ejemplo Hoja del lunes  (noviembre 1966- marzo de 1977) Daily Sun (marzo 1972- diciembre 1973), ambas revistas se editaban desde Mallorca para los ingleses residentes "temporales" de la isla, pero al mismo tiempo, comenzará sus primeros contactos literatos con las Américas, colaborando durante muchos años con diarios y revistas de Venezuela Revista Nacional de Cultura (octubre 1969- febrero 1978) El Universal (junio 1954- octubre 1969). Argentina La voz del interior (julio1971-abril 1972), La prensa literaria (junio 1967- agosto 1978). México, con la Revista Mexicana de Cultura (enero 1971- septiembre 1981).

       Estas colaboraciones fueron realizándose hasta que las crisis económicas en las que sumieron estos países lo hicieron imposible. La prosa utilizada por Fernández Molina para realizar tanto las críticas de arte como de literatura, utilizaba metáforas sorprendentes, con un dominio del lenguaje luminoso. Las críticas que realiza se adentraban en el mundo mágico de las cosas que ve.

       Llega el año 1975, con su carrera artística consolidada y coincidiendo con la edad universitaria de su hija mayor, decide dejar a Cela y trasladarse a Zaragoza, apoyado por la sólida amistad de la familia Labordeta, en especial del mayor de los hermanos, Miguel, quién llegará a proclamar de Fernández Molina “tiene un espíritu tremendamente fino, como un vidrio ardiente y luminoso” (Sánchez Ruiz.2007: pgs 7). Zaragoza en los años setenta, es una ciudad triste y decadente, que está empezando a despertar a la nueva realidad social y por supuesto cultural. Quizás la llegada de Fernández Molina a Zaragoza, no sea precisamente la “columna vertebral” de ese nuevo despertar cultural que la ciudad necesita, pero sí que le permitió ser, como dijo Manuel Pinillos, “un refuerzo para la ciudad” (Pinillos.1975: pgs 24) además de un gran dinamizador, contribuyendo a la fundación de nuevas revistas literarias, así como manteniendo la colaborando tanto con antiguas cómo con nuevas revistas y periódicos tanto nacionales como locales. Así lo recordará en sus memorias: “Cuando me instalé en Zaragoza traía conmigo el carné de crítico de arte, firmado por Enrique Azcoaga. Por entonces había publicado centenares de presentaciones en catálogos y abundantes artículos sobre temas de arte en diversos periódicos y revistas nacionales y extranjeras” (Fernández, Molina. 2003: pgs 104). Entre las revistas y diarios nacionales en los que colaboraba, destacamos  Árbol (marzo 1973- febrero 1977),  Bellas Artes (diciembre 1970- noviembre 1976) Heterodoxia (1988-1989), Arteguía (febrero 1974- marzo 1990), Lápiz. Revista Internacional de Arte (diciembre 1982- noviembre 1989) y con el periódico ABC, tanto en su edición diaria (noviembre 1965- enero 2004), cómo en su suplemento ABC de las Artes (febrero 1992- enero 1996)                    

          En esta ciudad tomará contacto rápidamente con algunos de los principales artistas, desde Lagunas, integrante del ya desaparecido por entonces Grupo Pórtico, que conocería en los primeros viajes que realizó a Zaragoza en los años cincuenta de la mano de Miguel Labordeta.

        Pintores como Saura, Sergio Abraín, Philip West, Ángel y Vicente Pascual Rodrigo, integrantes de la conocida Hermandad Pictórica Aragonesa,  galeristas cómo Pepe Rebollo, escultores como Alberto Pagnussat, Manuel Arcón, Florencio de Pedro, Ricardo Calero, Juan Fontecha, Pedro Tramullas, Javier Sauras..etc..  A lo largo de los años, publicará una veintena de monografías dedicadas a artistas varios, entre ellas las de los aragoneses Alberto Duce, Carmelo Rebullida, Juan Montserrat, Juan Fontecha y Abd Víctor.      

Antonio Saura y Antonio Fernández Molina A. Fernández Molina y Philip West

     Respecto a la tarea de escribir sobre arte, nuestro artista recordaba: “Escribir de arte es una de mis ocupaciones más agradables cuando el tema ofrece la posibilidad de decir algo de interés sobre la materia”, para continuar diciendo, “sobre la crítica de arte y el quehacer crítico en general, estimo que la infalibilidad no es posible y que el lector acaso juzgue más el modo de hacer las críticas que el tema del que tratan. Pero sino es con infabilidad, sí se puede escribir con amor a la materia y contribuir a potenciar la sensibilidad”. Para acabar concluyendo. “En realidad no es posible ajustarse a un criterio perfecto para intentar la crítica absoluta” (Fernández Molina. 2003: pgs 105). Y es que desde los ochenta hasta la muerte del artista, la actividad creativa como crítico de arte en los dos medios locales aragoneses más importantes del momento se dispara. Hablamos de Heraldo de Aragón (noviembre 1981- mayo 2004) y sobre todo, El Día de Aragón (junio 1982- enero 1987). Curiosa, fue la forma en que Fernández Molina entró a colaborar en este último diario. Así lo cuenta él mismo en sus memorias “Recién inaugurado el periódico buscaban la firma a propósito para conmemorar la muerte de Gala. Alguien bien informado de que había publicado un libro sobre Dalí, número 25 de la colección “Artistas Españoles Contemporáneos”, les indicó mi nombre.  Aunque hube de realizarlo contra reloj, me satisfizo escribir este artículo. Lo titulé La muerte está de Gala. Con él contribuí a iniciar un modo de titular más acorde con el sentido poético de los nuevos tiempos” (Fernández Molina. 2003: 105-106).  En ambos diarios “actuó como testigo de algunas cosas que sucedían en Zaragoza. En lo fundamental, fue una crónica del despertar de la pintura, que tuvo su escenario privilegiado en la galería Miguel Marcos” (Ratia. 2005:  91).

       A finales de los años ochenta, comienza a profesionalizarse la tarea de crítico de arte, las revistas, pero sobre todo los medios de comunicación tanto locales cómo nacionales, empiezan a darse cuenta de la necesidad de que aparezcan autores con conocimientos suficientes para analizar una obra de arte, o una exposición de cara al gran público que lo está demandando. Pues como dice Fernando Alvira «la realización plástica entre nosotros ha vivido en los ochenta y vive en los noventa momentos de innegable intensidad. Los aragoneses han influido en el desarrollo de las artes de modo significativo, aunque, para lograrlo, han debido marchar de su país en demasiadas ocasiones. El testimonio de su trabajo está constituido, en primer lugar, por las obras que han producido y que ocupan lugares destacados en museos y colecciones públicas y privadas; pero no es menos importante la labor fedataria y de investigación de los comentaristas y críticos de arte que apoyan el camino de los realizadores plásticos y hacen de puente entre su trabajo y el interés de los aficionados» (Alvira, Fernando. 2000). Es por ello, por lo que en 1986,los críticos aragoneses deciden asociarse  en torno a la denominada Asociación Aragonesa de Críticos de Arte (AACA). El acto fundacional se celebró en Huesca donde se discutieron y aprobaron los estatutos que actualmente rigen dicha asociación. La primera junta directiva de la Asociación Aragonesa de Críticos de Arte estuvo compuesta por Ángel Azpeitia (presidente), Jaime Esaín (vicepresidente), Carmen Rábanos (tesorera), Pablo Rico (vocal), Ricardo Ramón (vocal) y Jaime Ángel (secretario). La relación de miembros se completaba con Miguel Ángel Albareda, Fernando Alvira, Ángel Aransay, Eugenio Estrada, Antonio Fernández Molina, María Teresa Gil, Mercedes Marina, Ricardo Ramón, Alfredo Romero y Pablo Trullén. Para la segunda junta directiva de la asociación, nuestro artista, sin que hayamos encontrado un motivo claro,  ya se había dado de baja en dicha asociación junto a Pablo Trullen.

 

-A. F. Molina, autor de textos en catálogos de exposiciones

        Si la producción de Fernández Molina como crítico o comentarista de arte es intensa, no lo es menos la colaboración en catálogos de exposiciones. Tanto cómo colaborador escribiendo alguna poesía o sintaxis sobre las obras expuestas de algún artista emergente, ya hemos anunciado anteriormente que nuestro artista estaba al tanto de todas aquellas novedades que ocurrían en el arte, o de algún artista que por amistad le pediría alguna colaboración.

     En otras exposiciones, las menos, aparecerá como comisario de la misma. Desde principios de los setenta, año en que aparecen las primeras colaboraciones en catálogos de exposiciones entre Madrid, Mallorca y alguna pequeña galería en Zaragoza, hasta su llegada definitiva a esta ciudad en 1975, donde se centrará casi definitivamente, aunque no descartará el volver de nuevo a las anteriores ciudades descritas, así como otras ciudades o pueblos aragoneses. Recordemos por ejemplo lugares cómo Huesca, Barbastro, Sabiñanigo,  Jaca, ó lugares especiales para el artista como Fuendetodos,  por su relación con el tan admirado Goya y sus grabados, o Teruel, y su Museo provincial, donde desde finales de los ochenta y comienzos de los noventa estaría vinculado a las “jornadas surrealistas”, que pusieron a este centro museístico en el mapa de las vanguardias españolas  y le proporcionaron un prestigio indiscutible.  Fernández Molina nunca tuvo un NO para nadie, allá donde era requerido ahí acudía. Por motivos de espacio, nos referiremos a las exposiciones más importantes realizadas fundamentalmente en Zaragoza.

         En cuanto a Fernández Molina como comisario de exposiciones, es un echo, que como hemos comentado anteriormente ocurre muy pocas veces, pero las pocas que ocurren son muy interesantes. En 1979, es decir,  cinco años después de instalarse definitivamente en Zaragoza, figurará como comisario de una exposición en la Sala Luzán de la Caja de la Inmaculada (CAI), titulada pintura del siglo XVIII y aunque su “especialidad”, o el tema que más trataría, tanto en los textos para catálogos, cómo en las críticas para los diversos medios de comunicación,  sería desde el arte abstracto, hasta el contemporáneo, no es difícil verlo escribir sobre otros periodos artístico.

          Recordemos que en 1991, realizaría varias fichas artísticas para la magna exposición El espejo de nuestra historia, exposición organizada por el Palacio Arzobispal y dividida entre el mismo palacio, La lonja, y la iglesia de San Juan de los Panetes. Aunque quizás de las exposiciones que más orgulloso estaba como comisario, y la que más trabajo le costó, sería la titulada Arte aragonés en Nueva York. En 1983 se celebró la Semana de Aragón en la Casa de España de Nueva York, por lo que se decide traer una selección del mejor arte aragonés, desde el siglo XVIII a comienzos del XX, siendo el autor de los textos del catálogo en español/inglés, colaborando para ello el Gobierno de Aragón y  las tres diputaciones provinciales, convirtiéndose en todo un éxito.

         Así es como recordó esta experiencia a través de sus memorias “A finales de julio del año 1983 me llamaron del Departamento de Cultura de la Diputación General de Aragón y me propusieron el encargo de organizar un exposición de arte aragonés en Nueva York con motivo de la Semana de España, ese año dedicada a Aragón.

        Parece ser que  fue el pintor Javier de Pedro quien me indicó como persona que podría solucionar esta empresa. Acepté sin plantear ninguna objeción ni condiciones. Se trataba de preparar la muestra para que, a partir de primeros de septiembre estuviera lista, de modo que en cualquier momento pudieran venir a recoger el material y trasladarlo a Nueva York. Si no para mi bolsillo, esta experiencia me resultó enriquecedora culturalmente. Para el catálogo, hube de redactar un ensayo y una bibliografía de cierta extensión referidos al tema de la muestra. Realicé varios viajes a las provincias de Huesca y Teruel, visité bibliotecas  y hube de localizar las piezas que formaron la exposición” (Fernández Molina.2003:  140-141).

           De entre las piezas seleccionadas, se pudo ver en escultura piezas como El profeta de Gargallo, varios bronces, entre ellos el Busto de Goya, de Condoy, dos cabezas de Serrano, entre ellas la que hiciera para Miguel Labordeta. En pintura, varias obras de los hermanos Bayeu, de Goya un autorretrato con gafas, varios dibujos y dieciocho grabados de la serie Los Disparates.  También pudieron admirarse obras de artistas aragoneses de los siglos XIX y XX tales cómo Pradilla, Unceta,  Barbasán, Gárate, Marín Bagües, Berdejo, Acín, Aguayo o Saura. A la obra plástica la acompañaron representaciones etnológicas del Museo del Serrablo y del Museo de Teruel, con abundantes fotografías  de autores cómo Duce, Duerto o Carmelo Tartón Vinuesa. El proyecto se completó con una conferencia pronunciada por el propio Fernández Molina sobre la propia exposición en la Casa de España y una representación que daba todas las noches el ballet de Zaragoza en el Teatro Joyce.

      En lo referente a la nómina de artistas para los que escribió  en los correspondientes catálogos, es realmente intensa, incluso si sólo citásemos los artistas aragoneses, seguiría siéndolo. Desde maestros ya desaparecidos como Condoy (1983), pasando por los hermosos paisajes  de la Hermandad Pictórica Aragonesa (1976- 1984), maestros consagrados como Baque Ximénez (1985), Maturen (1996), Broto (1984), Laguardia (1992) ó los que por aquel entonces estaban considerados como “nuevos artistas emergentes” Julia Dorado (1983), Ángel Aransay (1984), Sergio Abraín (1984), Víctor Mira (1984), Pedro J, Sanz (1993), Edrix Cruzado (1998) Jorge Gay (2007)…etc…

      También tenemos que recordar algunos ejemplos de colaboraciones para aniversarios de toda clase e índole, cómo  20 años de diseño y figurinismo teatral 1974-1994 (1994), Primera abstracción de Zaragoza 1948-1965 (1984-1985), 50 aniversario Casa Emilio (1989), Miguel Marcos 1982-1986 (1986), Corneille, retrospectiva 1948- 2001 (2001), Tomás Seral y Casas. Un galerista en la postguerra (1998).

       En cuanto a las instituciones o entidades bancarias con las que colaboró Fernández Molina, en cuantas exposiciones le ofrecieron, podemos recordar museos  cómo el Camón Aznar, Museo Ángel Orensanz y las Artes del Serrablo,  Museo Pablo Serrano o el Museo de Zaragoza. En lo que se refiere a entidades bancarias, nuestro artista, participaría en las dos más importantes de esta ciudad, Sala Luzán (CAI) y el Centro de Exposiciones y Congresos (Ibercaja).

      En lo que respecta a salas de exposiciones institucionales, tenemos desde el Palacio de Sástago, Palacio de la Lonja, Monasterio de Veruela ó la Sala de Exposiciones de la Biblioteca de Aragón. Por último, por citar algunas de las galerías, recordaremos quizás las dos más importantes e influyentes de la ciudad de Zaragoza Miguel Marcos y Pepe Rebollo.

       En el año 2000 la Diputación Provincial de Zaragoza elegirá una pintura de Fernández Molina como regalo al Príncipe de Asturias con motivo de su visita a nuestra comunidad autónoma. En el 2003 se celebran los 50 años de su poesía, con tal motivo se organizan diversos homenajes a su persona entre Zaragoza y Madrid. Se publica una antología de relatos, la desaparecida revista Trébede, le dedicará el número de marzo del mismo año a su figura artística y literaria, clausurándose el homenaje sobre su persona con una conferencia multitudinaria que Fernando Arrabal pronunció en el Museo Reina Sofía.

       En 2005, varios amigos del “poeta-pintor” escribieron a la Fundación “Príncipe de Asturias”, con la intención de que Fernández Molina optara al premio que otorga anualmente esa Fundación y que se encuentra entre las más importantes  que se conceden en España. Personalidades como José Antonio Labordeta, Gloria Fuertes, Pere Gimferrer, Gabriel Celaya, Víctor García de la Concha, Guillermo Díaz-Plaja, Fernando Arrabal o la Fundación “Camilo José Cela” habían apoyado, en un momento u otro, su candidatura.

        Mientras esto sucede, el artista, es ingresado de urgencia en el hospital, desde ahí, publicará su última columna en la revista  Nueva Alcarria, dentro de su sección veleta al viento, donde escribía sobre cualquier cosa que le interesase, lo cual era mucho para un creador como él. Sin duda se trata de la revista más longeva en la que había colaborado, desde enero de 1950 hasta esta última columna publicada pocos días antes de morir. En ella Fernández Molina nos hablaba de otro “poeta-pintor” cómo a él le gustaba. “La poesía de Marx Ernst”, donde decía: “Todos nuestros actos tienen la cualidad del sonambulismo, es decir, de respuestas, y somos nosotros mismos quienes preguntamos. En cada uno de nosotros hay un sonámbulo y un magnetizador” (Fernández Molina, 2005: 15).

      En diciembre de ese mismo año, y organizador por el Gobierno de Aragón, la Universidad de Zaragoza y el Ayuntamiento de la ciudad inmortal, se decide montar  una exposición antológica en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, escenario habitado en exclusiva por la magia del poeta,  bajo el título Antonio Fernández Molina: El poeta multiplicador. Comisariada por Chus Tudelilla, la exposición intentó devolver, tras su muerte, algo de tanto tiempo invertido de creación y talento en nuestra ciudad. Poesías, pinturas, novelas, relatos, dibujos, aforismos, guiones de cine, obras de teatro, grabados. Todo esto y mucho más pudieron verse en la muestra cuyo catálogo estaba configurado por  especialistas en cada una de las materias que Antonio Fernández Molina aportó al universo de las letras y las artes

        Decía Antonio Fernández Molina “Cada días nos visita un aspecto de lo inesperado. Pequeñas causas inician una serie de sucesos fundamentales en nuestra vida. Las noticias difundidas por los medios casi siempre son fragmentos insignificantes de cuanto sucede, inexpresable e indefinible. Pero no dejan de llegarnos delicados bocados, como sabrosos postres  en el banquete de la existencia. Estímulos de esa clase nos proporcionan los encuentros fortuitos” (Fernández Molina,  2003: pgs 192). Y es que la vida de Fernández Molina ha estado llena  de esos estímulos que han dado pie a encuentros fortuitos de toda clase y forma. Encuentros que en el campo del arte, han dado lugar a maravillosas amistades  y a la publicación  de interesantes ensayos y curiosas críticas de arte a amigos artistas.

       Esas publicaciones de personas que ya no se encuentran entre nosotros, pasarán a la posteridad, obras cómo las de Fernández Molina, cuya personalidad, además de su genio literario y pictórico, seguirá vivo en la memoria de todos aquellos que lo conocieron y lo admiraron.

- Alvira, Fernando (2000). “Crítica de arte” voz en Gran Enciclopedia Aragonesa online (Fecha consulta agosto 2011).

-Fernández Echeverría, Ester (2007), “Pinturas como tatuajes del alma”. A. F. Molina retrospectiva. Teruel. Diputación Provincial de Teruel

- Fernández, Molina. Antonio (2003). “El mundo del arte”. Fragmentos de realidades y sombras. Zaragoza. Ibercaja, Obra Social y Cultural. Pgs 103-140.

- Fernández Molina (2005).  “La poesía de Marx Ernst”. Nueva Alcarria Guadalajara. Pgs 15

- Ratia, Alejandro (2005). “Antonio y las revistas”. En  Antonio Fernández Molina. El poeta multiplicador. Zaragoza. Gobierno de Aragón, Universidad de Zaragoza, Ayuntamiento de Zaragoza. Pgs 73-95.

-Sánchez Ruiz, Antonio (2007), “A Antonio Fernández Molina le fascinaba la obra de Gregorio Prieto”. En  Dibujos. Antonio Fernández Molina poeta-pintor. Valdepeñas (Ciudad Real). Fundación Gregorio Prieto. Pgs 7-8.

- Pinillos, Manuel (1975) “Antonio Fernández Molina”. Heraldo de Aragón. Zaragoza. Pags 24.

José Antonio VAL LISA
Miembro del consejo de redacción de AACAdigital.com

Fecha de Entrega: 23/11/2011
Fecha de Admisión: 10/12/2011


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