El artista de lo superlativo
Francisco López Ruiz: Artefactos de muerte no simulada. Damien Hirst en México. Universidad Iberoamericana, México D.F., 2009
Todo en Damien Hirst es superlativo. El artista contemporáneo más rico. El más influyente. El más joven en ser incluido en elitistas repertorios de creadores. El más cotizado en las subastas. De tal manera que cabe preguntarse si hay algo más allá de su empeño constante en convertir el arte en mercadotecnia. Francisco López Ruiz, arquitecto mexicano con una exquisita formación posterior en crítica, teoría e historia de la Literatura y de las Artes (Universidad Católica de Milán) y actual Director del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana de la Ciudad de México, considera que sí, y lo demuestra con rigor, exactitud y coherencia a lo largo de las 300 páginas que constituyen una notable aportación desde el ámbito latinoamericano a la historiografía del arte contemporáneo, y en particular a la ya por sí nutrida bibliografía del artista inglés.
Parto de la base de que a mí, sinceramente, Damien Hirst como artista no me emociona. Es más me produce cierto rechazo el circo mediático levantado en torno a él. Expectación en muchos casos propiciada por el propio artista y por su particular empresa (Science) que actúa por emulación de la famosa Factory de Warhol, ayudando en la producción de las obras del artista, pero también en su extraordinaria difusión (algo similar, por otro lado, a lo que hacen otros famosos artistas actuales como Harukami Murakami o Jeff Koons). Sin embargo, el libro Artefactos de muerte no simulada de Francisco López Ruiz me ha fascinado y me ha servido para colocar al artista en otra dimensión, haciéndome pensar sobre aspectos evidentes (y otros no tanto) en su obra. Sólo por eso, merece la pena su lectura. Este texto, además, reúne otras virtudes. Empezando por la propia actitud del autor (en la que me siento en parte reflejada como investigadora), que reconoce haberse acercado al estudio de Hirst como producto de una fascinación inicial por el artista, por lo que entendía y, no menos importante, por lo que no comprendía, asumiendo con total sinceridad el riesgo que corría al abordar un tema sobre-saturado (si puede decirse así) de información.
Francisco López Ruiz se plantea como autor, de manera honesta, si será capaz de aportar algo nuevo a la comprensión de este artista. Y lo cierto es que lo logra porque su trabajo parte de una perspectiva inédita hasta el momento: el análisis de la obra de Damien Hirst a partir de las muestras realizadas por el artista inglés en México (La muerte de Dios y Visitaciones), eventos importantes para el país ya que situaban a este país, en opinión de periodistas, críticos y curadores, en el panorama internacional. La primera se presentó en la Galería Hilario Galguera entre febrero y agosto de 2006, con una duración inusitada para una exposición temporal y con un éxito de público considerable puesto que alrededor de 38.000 personas visitaron la muestra. Por su parte, Visitaciones fue una exposición organizada por el Museo Nacional de San Carlos y la Galería Hilario Galguera entre octubre y noviembre de 2006, concebida como un diálogo entre Hirst y la historia del arte occidental, una tendencia (la de mezclar artistas actuales con los maestros del pasado) que se repite por todo el planeta...
A partir de este presupuesto inicial, López Ruiz realiza un meticuloso desmenuzamiento (casi a la manera taxonómica que tanto practica Hirst en algunas de sus obras), de toda la producción artística precedente de Hirst, para analizar la trascendencia de las muestras mexicanas en el artista inglés, a la vez que reconstruye fielmente la repercusión mediática del mismo en la prensa y el público mexicano, un aspecto que le resulta especialmente interesante dado que considera que la obra de Hirst admite una doble codificación, como obra de arte culta comprensible para un público reducido, y como obra popular, para el espectador no especializado que reacciona y la percibe sin prejuicios.
Sólo por esto, por ofrecernos una perspectiva complementaria desde el otro lado del mar, acerca de la recepción de Hirst en un medio tan diferente al europeo o al norteamericano, el libro ya merecería la pena, pero es que más allá de esta cuestión, para López Ruiz el contacto con México sin duda ha cambiado la obra de Hirst, acentuando algunos de sus recursos expresivos (como una mayor efectividad en la comunicación a través de la síntesis de narraciones complejas como la planteada en la obra Adán y Eva), a la vez que ha llevado al artista a introducir novedades como la presencia de una iconografía católica ausente hasta entonces o la utilización de objetos cortantes como sables, agujas, cuchillas, que no habían aparecido hasta el momento.
El autor no se limita a esto, sino que además profundiza en otros aspectos claves para la compresión del artista inglés. El primero (y más obvio), la relación de Hirst con otros artistas actuales (Joseph Beuys, Arman, Andrés Serrano, Julian Schnabel o Louise Bourgeois) o históricos (Rembrandt, Bacon, Caravaggio), con los que Hirst sin duda comparte el interés por temas ya clásicos en el arte como la vanitas o la muerte. El segundo (en mi opinión absolutamente fascinante), la función del título (y ¿por qué no? de la literatura, teniendo en cuenta el carácter profundamente poético, evocador y metafórico de los títulos usados por Hirst) como intermediario de la comunicación entre espectador y obra plástica. Haciendo honor a su formación crítica y literaria y al gusto por los análisis semánticos que Francisco López Ruiz ha desarrollado en trabajos precedentes, el estudio de los títulos usados por Hirst, que para López Ruiz funcionan como elementos que potencian la expresividad de las piezas, es una de las aportaciones más singulares y atractivas del libro, desarrollada exhaustivamente en un capítulo (cap. 3), en el que se repasan y desgranan títulos que parecen -como algún crítico ha subrayado- haikus.
Curiosamente Francisco López Ruiz, en una especie de `síndrome de Estocolmo' respecto al objeto de estudio, acaba contagiado de ese fervor literario por títulos ingeniosos, atractivos y sugerentes, y despliega un repertorio de los mismos lleno de humor e ironía por todo su libro, tomando además préstamos evidentes de la cultura popular contemporánea desde Tom Wolfe (¿Quién teme a Charles Saatchi?, p. 31 que recuerda al famoso título del escritor norteamericano ¿Quién teme al Bauhaus feroz?), al cine (Un tiburón llamado deseo, p. 92; Leones por corderos, p. 246), a la música (Demasiado corazón, p. 107), y a la literatura (Crónica de una muerte anunciada, p. 110). Un atractivo más de un libro de lectura amena, que esconde en una clara y ordenada redacción, un ímprobo trabajo de recopilación y análisis de fuentes, acompañado de un riguroso proceso de reflexión y relación de las obras y del artista estudiado.
El libro se acompaña de excelentes fotografías de las dos exposiciones mexicanas realizadas por el fotógrafo mexicano Andrés Olmos Rodríguez.
(¡Eureka! He conseguido terminar esta reseña sin mencionar lo que todos esperan: el omnipresente tiburón…Si conocen a Damien Hirst, ya saben a qué me refiero y si no, deberían absolutamente leer este libro.)
Ascensión HERNÁNDEZ MARTÍNEZ
Profesora del Dpto. de Historia del Arte de la Universidad de Zaragoza y miembro de AACA Fecha de Entrega: 30/03/2010 Fecha de Admisión: 30/03/2010 << volver |
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