Teresa Salcedo, en la Galería A. del Arte, Zaragoza
Silencio peregrino 1 acoge un considerable número de obras fechadas en 2009, con la sala dividida por una cortina, idea de la pintora, para crear con acierto una íntima división espacial. Exposición impecablemente montada que se puede detectar en el catálogo. Estamos ante un proyecto iniciado en 2004, con una trayectoria que eludimos para centrarnos en la exposición actual. En el catálogo hay una especie de prólogo síntesis de los cuadros, obra de la artista, que sirven como mapa procesual vía juego infantil, elemental, para intentar definir el conjunto de lo exhibido con palabras y frases tipo Trayectoria bifurcada, Migración-Peregrinar, Emoción contenida, Invisible, Pausa, Des-con-cierto, Ítem, Productor-Praxis, Violencia racional, Animismo, etcétera. Lo aconsejable es que pinte y se olvide de hipotéticas e inexistentes alturas intelectuales, pues generan un auténtico caos perfil desconcierto. En este caso, por la pintora, mejor el silencio. Nos quedamos, sin duda, con títulos de obras tan poéticos como Pajarante, Silencio peregrino, Térmicas y Peregrino a tu sueño.
Cuadros, vistos en conjunto, con colores grises, negruzcos, blancos sucios y otros con predominio pálido, aunque hay excepciones en alguna obra por la alegría de los verdes y breves notas exclamativas para enfatizar en un muy medido contraste. Estamos ante primeros planos de flores con marcado toque expresivo que potencian un atractivo laberinto visual, hasta el punto que el espectador se introduce obsesionado por tal derroche de belleza, de caos por abundancia como factor positivo. En sus paisajes, por otra parte, cualquiera detecta el suave toque oriental, por tipo de delicadeza etérea y finura, pero aquí añadiendo cierta impresión engullidora vía múltiples sensaciones, incluyendo los primeros planos de árboles que se “caen” de pura armonía temblorosa. Al margen de cuadros tan excepcionales como Pájaro, Bordado y Consecuencia, los tres de pequeño formato, entre los paisajes son excelentes Silencio peregrino, por la dura omnipresencia de la naturaleza, y Peregrino a tu sueño, por el sutil paisaje con tres planos paralelos a la base y la consiguiente atmósfera espacial, que se rompe, para bien, mediante el poder formal de una misteriosa roca en el centro de la composición y muy oscura porque el sol, la luz, está detrás. El gran acierto es haberla pintado como si estuviera a medio metro de los ojos, manera de producir el efecto de su duro gigantismo, que contrasta con el árbol sin hojas de tanta fragilidad. Roca, por cierto, que evoca sin querer a algunos cuadros, años treinta, del pintor surrealista José Luis González Bernal.
Cómo definir el conjunto de lo expuesto. Existe melancolía, tristeza, nostalgia indefinida flotante por doquier, soledad, nula vibración relacionada con la vida y su indescriptible plenitud, excepto, por ejemplo, dos tiernas aves mirándose con intensidad pero rodeadas de ramas sin hojas como signo de sin vida. Todo, y siempre, como rasgos estallantes encauzados para ser arte.