Número 32 | Septiembre de 2015
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Necrológica: Ángel Aransay. Pintar la vida, vivir la pintura
Ángel Aransay, en el Palacio de Sástago. Foto Rogelio Allepuz. 1987
 
 

 

“El dibujo es la escritura de la pintura, y así como en nuestras cartas el grafólogo puede rastrear nuestros caracteres sin que las noticias y sentimientos que quisimos transmitir a nuestro corresponsal le distraigan en su análisis implacable, así el estilo se manifestará a quien contemple nuestra obra, independientemente de que los temas sean abstractos o figurativos, cargados de detalles narrativos o de formas alusivas como un sueño”. En estas breves, pero intensas palabras del recientemente desaparecido Ángel María Aransay, uno de nuestros pintores más relevantes, debate sobre teoría y práctica del arte, entendido como lenguaje y creación. Aransay fue un artista con un estilo personal reconocible. Nacido en Zaragoza, en 1943. De cualidades innatas, que irá perfeccionando en una sólida formación pictórica, tanto en la Academia Cañada, en sus comienzos, como poco tiempo después, perfeccionando su estilo tanto en la Escuela de Artes aplicadas de Zaragoza, como en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, de Madrid. En los setenta, participó en todo tipo de concursos y premios, dándose a conocer en otras ciudades españolas como Sevilla, Pontevedra, Barcelona, Granada, Madrid, Cádiz, Marbella, exponiendo individualmente en Valladolid, Madrid,  Huesca, Granada y Málaga. Por cierto, en el catálogo de la exposición de la ciudad malagueña, que pudo verse en la Diputación Provincial, existe un breve, pero intenso texto de Camón Aznar, sobre nuestro artista, que afirma: “Las formas vistas desde su masa. Desde la simplicidad de unos volúmenes que en pintura se manifiestan por planos de color entero. Este es el arte de Aransay, que ha concretado su visión del hombre y del paisaje en bloques de sobria y fuerte policromía. La expresión radica aquí, no en distorsiones faciales, sino en la gravedad de unos tonos adscritos a unas manchas, que se dosifican y concretan en relieves vivos”. En las primeras individuales se advierten ecos postcubistas, con una influyente atracción hacia el tenebrismo del Greco, al que homenajeará, para más tarde abordar armónicos contrastes, como el azul y amarillo, típicos de Vermeer. Afirma Ángel Azpeitia, por esa época: “El Aransay picassiano, recibe el aliento de Bacon. Pero sólo admite influencias que pasen por su pincel”.

En aquellos años, la transformación social, y el fin de la dictadura franquista, estaba muy próxima. España se incorporará al sistema político reinante en los países del entorno europeo: la democracia.  Aransay, por su parte, se mantendrá muy próximo a grupos de vanguardia, con los que compartiría espacio en  una extraordinaria concentración de talento y creatividad,  que se congregó, por poco espacio de tiempo, en la entonces cochambrosa casa palaciega, de la calle Santa Cruz. En su libro Zaragoza. La ciudad sumergida, el también artista Eduardo Laborda, recuerda aquella etapa vivida: “Ser pintor, como torero o tonadillera, a finales de los 60 seguía siendo considerada una profesión para vagos o vividores y las familias en las que salía un garbanzo artista lo llevaban como una cruz”….”En aquellos años, los dueños de los palacios zaragozanos tenían serios problemas económicos para afrontar los costes de mantenimiento de los deteriorados edificios con inquilinos de rentas muy bajas; así que se veían obligados a dividir los pisos y buhardillas y arrendarlos a precios actualizados a jóvenes artistas o a ocasionales casanovas”.

Probablemente, unas de las más  agrias experiencias artísticas, de Aransay, en su ciudad, fue el frustrante pero ambicioso proyecto, de siete artistas locales: Baque Ximénez, Natalio Bayo, Pascual Blanco, José Luis Cano, Martínez Tendero, Orús, y el propio artista, de la decoración mural de una serie de cúpulas, pechinas, sobrepuertas, del interior de la Basílica del Pilar. Algunos años más tarde, afirmará Azpeitia: “Por su buen hacer, por su don de síntesis y por sus cuidadas estructuraciones pienso que es, por lo menos en potencia, un magnífico muralista. Quien esto escribe no acaba de explicarse que lo medios oficiales hayan desaprovechado esa capacidad”. De acuerdo con lo comentado por Azpeitia, el también artista plástico, Paco Rallo, afirma: “Echo de menos un buen mural de Aransay, en  detrimento del patrimonio artístico, para esta ciudad, y probablemente, para Aragón”.

Es también  justo recordar  a Aransay en otros ejercicios, que desarrollo con la misma pasión que puso al pintar, pero evitando contraponer lenguaje a creatividad: escritor, teórico, poeta e incluso, crítico de arte, en diversos medios de comunicación. Sus críticas constructivas, dejan  claro, que estaba al tanto de lo que estaba de moda en el arte. Así recordaba, el propio artista como acabó sustituyendo al también pintor Jorge Gay, en la labor de crítico de arte semanal, en las páginas de Aragón-Express: “Para mí, dedicarme a la pintura fue como entrar en una plaza de toros en las que a veces saltas a la arena a medir tus fuerzas y exponer tu valor, pero la mayor parte del tiempo estás deambulando por palcos y pasillos, más bien perdido por las escaleras de los graderíos, intercalando opiniones con tus colegas sobre el ambiente reinante. Por ello, cuando Jorge Gay me ofreció pasarme los trastos de la crítica que él estaba haciendo en el «Aragón-Express», dándome la alternativa en una actividad que yo no esperaba practicar, fue como si me diera pase libre para entrar directamente al callejón y a veces hasta el palco del presidente, desde los burladeros hasta el patio donde se desollaban las reses, función ésta de no poca importancia en el mundo artístico. Algún revolcón me caería por semejante doblete de pintor y crítico, mal comprendido en algunos casos, y no sólo por presuntos autores de la obra comentada, pero que creo haber justificado con el paso del tiempo, que demostró la más honrada imparcialidad posible puesta en ambas lides».

“Los homenajes, en vida”. Frase oída y reconocida mil y una veces, ante casos de artistas, que pasaron por el mundo sin pena ni gloria. Este no fue el caso de Aransay, que fue profeta en su tierra, con una retrospectiva, que el Ayuntamiento de Zaragoza, organizó en la Lonja, con motivo de las Fiestas del Pilar, del año 2012. Bajo el título Maneras de pintar, pudieron verse setenta y dos piezas, que iban  desde la pintura figurativa, a los planteamientos más modernos. Cuatro décadas de trabajo, bien recompensado.

Aransay, siempre se encontraba allá donde su curiosidad innata, le llamaba: Plazas, bares, callejas, librerías o ante algún palacio. Imágenes de la vida nocturna, que le vieron crecer como artista, y contertulio inagotable. Pero en ningún sitio como el bar, y para lugares predilectos, El Bonanza, lugar al que acudía, sobre todo en los últimos años, con esa fatiga inesperada al hablar, pero a la vez con aquel sosiego, de sentimiento placentero que provocan los lugares tranquilos, donde su única conquista, era la monotonía.

Hoy, Aransay, ya no se encuentra entre nosotros. Su figura quedará en el recuerdo, como una leyenda urbana, como una sombra alargada  paseando todavía entre nosotros, aunque sea en las noches turbias de su querida Zaragoza, idealizada y transfigurada, como los personajes de sus cuadros. Ángel Aransay, quedará en la memoria de aquellos que le conocimos, como creativo, culto, humanista e imprescindible

José Antonio VAL LISA
Miembro de AACA, AECA y AICA, del consejo de redacción AACAdigital

Fecha de Entrega: 29/09/2015
Fecha de Admisión: 29/09/2015


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