Número 5 | Diciembre de 2008
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Zaragoza como motivo de inspiración para los pintores, 1877-2008
 
 

Resumen:

Zaragoza ha inspirado cientos de pinturas, especialmente en los años más recientes, con el aumento de la autoestima de sus ciudadanos: es ahora una ciudad vibrante, moderna, como lo demuestra la exposición Vistas de Zaragoza: Pinturas de la Modernidad, que se exhibe estos días en el Centro de Historia de Zaragoza. Este ensayo fue preparado para esa exposición como un dossier de mano para la prensa y no se llegó a publicar: se ofrece aquí como prolegómeno del libro-catálogo que va a publicar la Fundación 2008.

 

 


Abstract:


Zaragoza has inspired hundreds of paintings, specially in recent years, as the self-esteem of its citizens has increased: it is now a vibrant, modern city, as
shown by the current exhibition Vistas de Zaragoza: Pinturas de la Modernidad,  presented at the Centro de Historia (History Centre). This essay was prepared as a press hand-out for this exhibition, but was never published and it is offered here as a preliminary of the catalogue-book to be published by Fundación 2008


La identidad de una ciudad no sólo la definen sus habitantes, sus calles y edificios, sino también la forma cómo la (re)presentan los relatos históricos o literarios, los tópicos folklóricos y, entre otras muchas cosas, la mirada de los artistas.
Ese es el tema aquí abordado, renunciando a analizar el testimonio “documental” de grabados, carteles, fotografías o películas para centrarnos en las pinturas. En ellas, su cualidad de imágenes artísticas subjetivas fue instituida de una vez por todas como principio fundador del arte moderno a partir del último tercio del siglo XIX. Pero, aunque el periodo cronológico aquí abarcado comience precisamente entonces, no se ha escogido exclusivamente cuadros asociados a los ismos del Movimiento Moderno, sino que se presenta un amplio abanico de autores y estilos.
Por eso, se trata más bien de una reflexión postmoderna; incluso también en su estructura, que no avanza por periodos cronológicos, sino que coteja obras de diferente datación en función de las cuatro divisiones temáticas.

1 El tópico del Pilar y el Ebro

1.1. ¿La “cara” más bonita de Zaragoza?

Lo mismo que hay actores con un perfil favorito, cuidadosamente escogido en casi todos sus retratos, también algunas ciudades suelen ser conocidas preeminentemente por un determinado punto de vista. De tantas veces reproducido, el panorama del Pilar junto al Ebro se nos ha convertido en trivial cliché, sobrecargado además de un aura de “souvenir” turístico-religioso. Pero una y otra vez las pinturas sobre la Zaragoza moderna han intentado conjurar ese convencionalismo dándole la vuelta con originales interpretaciones personales, probando distintos puntos de vista o evitando recargar este tópico con otros como los baturros, las procesiones u otros figurantes habituales del pintoresquismo decimonónico.

Una forma original de abordar de frente este cliché del Ebro y el Pilar han sido las reinterpretaciones de la famosa y tantas veces reproducida Vista de Zaragoza por Juan Bautista Martínez del Mazo, conservada en el Museo del Prado. En aquel célebre paisaje figuraban una multitud de personajes, pero los ejemplos modernos que lo remedan, suelen carecer de presencia humana alguna. Es el caso de Julián Borreguero, quien imitó incluso el color sepia de las fotos y grabados antiguos, cuando en 1970 pintó en grisalla El Pilar desde la orilla del Ebro, superando en barroquismo al célebre cuadro del siglo XVII, gracias al trazo arremolinado tan típico de este artista. También exitoso en este empeño ha sido Ángel Aransay, que en 1976 pintó un imponente óleo sobre lienzo titulado Zaragoza antigua a partir del cual realizó en 1986 una serigrafía muy conocida: el resultado es un doble homenaje al skyline de la ciudad y al cuadro de Martínez del Mazo”.

     
 Juan Bautista Martínez del Mazo: Vista de Zaragoza, 1647  Julián Borreguero: El Pilar desde la orilla del Ebro, 1970  


1.2. Muleros, vaqueros y barqueros frente el Pilar y el Ebro.
Al comienzo del siglo XX, marcado por los contrastes entre los adelantos técnicos y la “España eterna”, los artistas de la generación del 98 como Darío de Regoyos plasman en imágenes pictóricas la bipolaridad tradición/modernidad. ¿Podría rastrearse en cuadros de Eliseo Meifrén, Victoriano Balasanz o Félix Gazo dedicados al Pilar y el Ebro? En lugar de los personajes pintorescos del romanticismo, aparecen muleros o vaqueros guiando a sus animales, o un fornido barquero remando en pie sobre un esquife, en medio de una escena donde todo lo demás es calma, ocio y pasividad.

     
 Victoriano Balasanz: El Pilar de Zaragoza, 1901  Eliseo Meifrén: Vista de Zaragoza, c. 1908  Ramón Martín Durbán: El Ebro, 1925


1.3. Dejar el tópico pilarista a un lado, que casi no se vea.

A veces los pintores no sólo contrastan la actividad profana en el primer término frente al icono estático del Ebro y el Pilar, sino que además lo sitúan en posición marginal, como muestran En el ferial de Zaragoza de Unceta o Debajo del Puente de Piedra de Francisco Marín Bagüés; esta última tiene un punto de vista bajo para mejor observar al remero y ensalzar con mirada venerante el mérito ingenieril de los puente. Un siglo más tarde, Ignacio Mayayo, en dos grandes cuadros titulados Puente de Piedra. Club Náutico repitió esta misma temática pintando las piraguas y el puente desde las gradas más bajas de la orilla derecha, justo delante del Pilar.

     
 Marcelino de Unceta: En el ferial de Zaragoza, 1889-1905 Ángel Lizcano: Puente de Piedra,  c.1908 Ignacio Mayayo: Puente de Piedra. Club Náutico,  2002 

Por otra parte, muchas pinturas de Rafael Aguado Arnal presentan un atrevido encuadre desde la arboleda de Macananz melancólicamente centrado no en la basílica pilarista o el Puente de Piedra, sino en las aguas espejeantes del Ebro. Casi la misma perspectiva escogió Luis Berdejo Elipe para su Puesta de sol en el Ebro, e igualmente deshabitado y melancólico aparece el mismo escenario en muchos cuadros de otros artistas posteriores. Un caso reciente muy señalado es Eduardo Salavera, que usa casi siempre brillantes colores fauvistas, pero construyendo con despaciosos toques cezannianos imágenes muy clasicistas en las que a veces se reconoce un árbol solitario, otras una figura humana ensimismada, un puente que se mira en las aguas, etc.
Consideración aparte merecen las iconografías que nos muestran sólo indirectamente la silueta del Pilar a través del reflejo en las solitarias aguas del río, como hicieron los hermanos Ángel y Vicente Pascual Rodrigo, cuando formaban la denominada “Hermandad Pictórica Aragonesa” o, más recientemente, el riojano José Uríszar.
 
1.4. La opción más moderna: mirar a la orilla izquierda.

El deseo de evitar el cliché tradicional del Ebro y el Pilar ha sido llevado a sus últimas consecuencias por los artistas más vanguardistas que, dándole un giro de 180º, se han colocado de espaldas a él, mirando hacia la orilla izquierda. Los placeres del Ebro, pintado entre los veranos de 1934 y 1938 por Francisco Marín Bagüés sería el cuadro más paradigmático en este sentido. Tanto, que ha sido objeto de repetidos homenajes por parte de declarados admiradores, como Jorge Gay, Ignacio Mayayo, o Eduardo Laborda.
Un hito de renovación iconográfica fue el concurso de pintura rápida de las fiestas del Pilar en 1966, que ganaron José Esparcia Alquézar, María Pilar More Almenara, y Manuel Monterde Hernández con lienzos dedicados al Puente de Piedra, pero en los que sólo se ven al otro lado del río sotos y modestos edificios de viviendas…

Francisco Marín Bagüés: Los placeres del Ebro, 1934-38 Jorge Gay: El Ebro (Homenaje a Marín Bagüés), 1985 Ignacio Mayayo: Orilla del Ebro (Helios), 1990

Han continuado esta opción estética algunos artistas del Colectivo de Pintores de la Margen Izquierda, como Lourdes Barril. Por su parte, Carmen Pérez Ramírez, Pepe Cerdá, Javier Riaño, Guillermo Cabal e Ignacio Fortún han presentado algunas grandes panorámicas mirando hacia la reciente expansión urbana jalonada por nuevos puentes sobre el Ebro, flamantes enseñas de modernidad que llaman nuestras miradas en orientación centrífuga, cada vez más lejos del Pilar.

2 El casco histórico, pintoresco y monumental

La modernidad ha sido demasiadas veces concebida como una ruptura frente al pasado histórico; pero sólo se es innovador en la medida en que se tiene un punto de referencia anterior frente al cual destaca mejor algo nuevo. Un flamante coche o un joven vestido a la última moda, aún resultan más modernos ante el fondo de un monumento histórico o una calle del casco antiguo. Por otro lado, cuanto más crece y se moderniza una ciudad, más nostalgia retrospectiva tienen sus habitantes de su legado patrimonial. En Zaragoza el boom poblacional y urbanístico apenas tiene medio siglo, y no es casual que de este periodo sean la mayor parte de las pinturas que abordan este tema.

A lo largo del siglo XX muchos protagonistas de la bohemia zaragozana tuvieron sus talleres, sus espacios expositivos, sus tertulias y sus bares favoritos en el Casco Viejo, cuya reivindicación han liderado algunos artistas a través de movimientos vecinales, con sus escritos o con sus pinceles. Justo es reconocer también en ello el papel del Ayuntamiento de Zaragoza pues, como en todas las casas, siempre se ha prestado especial interés a decorar la Casa Consistorial u otras sedes de servicios municipales sitos en el casco histórico, con cuadros de motivos urbanos vecinos.

2.1. “La Ciudad de las Mil Torres”, y de sus respectivas plazuelas.

La demolición en 1892 de la Torre Nueva, que era uno de los iconos visuales de la Zaragoza antigua, creó un complejo de culpa que acentuó más que nunca en nuestra modernidad la exaltación de las demás torres que erizan el skyline zaragozano. Desde entonces, no han faltado entre nuestros artistas los rapsodas del encanto provinciano o, como dirían los italianos, campanilista; un término que viene muy a propósito para la construcción de la imagen artística moderna y postmoderna de nuestro casco histórico, que ha inspirado muchos cuadros dedicados a plazas dominadas por la silueta del campanario de alguna iglesia. Para subrayar su protagonismo, a menudo la composición aparece cortada a ras de suelo o la calle está despoblada, como si no hubiera vida animada en este melancólico decorado antiguo.

   
Joaquín Pallarés: Plazuela de San Nicolás, 1929 César Sánchez Vázquez: San Juan de los Panetes, 1976 Ángel Civera: Calle de San Jorge, 2006


2.2. La plaza del Pilar, las fachadas de la Seo.
Sorprendentemente, son relativamente pocos los cuadros dedicados a la plaza del Pilar, epicentro turístico tantas veces filmado y fotografiado. ¿Quizá precisamente porque está siempre animada por la presencia de abundantes gentes y palomas, lo cual contradice el exitoso estereotipo de tranquilidad provinciana representado en las demás plazas? Muchos más pintores han retratado la plaza de la Seo, que sí es un lugar tranquilo y recoleto, así como su entorno monumental: el muro mudéjar de la Parroquieta, la cabecera y cimborrio, o el Arco del Deán. Este último, es un caso iconográfico muy especial, donde podríamos seguir la pervivencia del casticismo noventayochista en Ramón Martín Durbán o Santiago Lagunas, hasta desembocar en tendencias como el realismo de Pérez Piqueras y la abstracción lírica de José Luis Lasala.

     
 Ramón Martín Durbán: El Arco del Deán, 1922   Santiago Lagunas: El Arco del Deán, c. 1945   José Luis Lasala: El Arco del Deán, 1989


2.3. Otras plazas y otras visiones de una ciudad histórica “encantad(or)a”.

No todas las plazas de nuestro Casco Viejo están presididas por monumentos históricos religiosos. Los porches de la Plaza del Mercado o de Lanuza, cerca de las murallas romanas, inspiraron a muchos artistas de finales del siglo XIX, como Joaquín Pallarés que triunfó en la Exposición de Bellas Artes de Barcelona en 1896 con una escena costumbrista allí localizada, o Juan José Gárate, que plasmó en un delicioso cuadrito luminista esos mismos soportales, luego retratados con nostalgia por Iñaki y otros artistas del siglo XX, cuando apenas quedaban en activo algunos comercios antiguos. Desde la construcción en frente del nuevo Mercado Central en 1903, la mayor parte de los comestibles se venden en su interior, aunque también su entorno a sido pintado por muchos artistas, empezando por los del Estudio Goya, que tenían su sede justo en frente, o los concursantes del concurso de pintura al aire libre de la Junta Municipal del Casco Histórico.

     
Joaquín Pallarés: Mercado de Zaragoza, 1892 Juan José Gárate: Mercado de Zaragoza, 1899 Iñaki (Ignacio Rodríguez Ruiz):
Plaza de Lanuza. Zaragoza, 1972

Otra placita predilecta de muchos pintores ha sido la de Santa Cruz, que en los años setenta se convirtió en foco de la bohemia artística, porque algunos establecieron sus estudios en el desvencijado Palacio del Prior Ortal y al poco empezaron a vender sus obras en un comercio al aire libre que todavía sigue celebrándose los domingos. En cambio, pocos se han hecho eco del bullicio de los cafés y tascas del Tubo, con sus calles estrechas y oscuras. Mayor atractivo han tenido más amplias calles abundantes en tiendas, bancos y locales de ocio, como el Coso y la calle Alfonso, donde los pintores han reflejado animados contrastes entre el tejido histórico y la vida urbana contemporánea.

     
Luis Berdejo: Día gris (El Coso, con la cúpula de la iglesia de Santiago), 1962 Gregorio Villarig: Vista del Coso de Zaragoza, c. 1970-80 Juan Zurita: EAZ803 (Calle Alfonso), 2008

 
3 Beautiful & Modern: plazas y avenidas del Ensanche u otras zonas guapas.
A lo largo del siglo XIX y sobre todo en el XX Zaragoza creció con una red de calles en damero en torno a amplias avenidas arboladas y con abundantes plazas y zonas verdes. Dicha expansión se dirigió hacia el sur, a partir de la urbanización del Paseo Independencia, bifurcándose en dos ramales por el Paseo Sagasta hasta Torrero y por la Gran Vía hacia el Parque Miguel Primo de Rivera. En muchos sentidos, podría considerarse esta zona la columna vertebral de la Zaragoza moderna. También es el epicentro temático de esta exposición, pues prácticamente cualquier retrato de esta parte de la ciudad, sea panorámico o detallista, muy académico o vanguardista, es una imagen de modernidad.
Pero Zaragoza, que tantos atractivos había tenido para el pintoresquismo y el casticismo pictórico, apenas inspiró a los pintores vanguardistas de la primera mitad del siglo XX más interesados en cantar el ajetreo moderno en grandes arterias urbanas, como las de Barcelona o Madrid. Esto empezó a cambiar gracias a los concursos de pintura rápida convocados a partir de 1963 con motivo de las fiestas del Pilar, muchos de cuyos participantes retrataron estos bucólicos espacios arbolados. Y en el cambio de milenio, nuevas generaciones de pintores urbanos han convertido en motivo recurrente de sus cuadros el tráfico en las grandes avenidas.

3.1. La plaza de España, el Paseo Independencia, la plaza de Aragón.
Si hay en nuestra ciudad un espacio equivalente, por su función de lugar de encuentro, al que tenía el ágora en la antigua Grecia, es éste entre el monumento a los Mártires y el dedicado a al Justicia, con sus edificios señoriales porticados. Es raro verlo desierto de coches y viandantes, como curiosamente lo han representado Borreguero y algunos pintores posteriores que optan por una estética de realismo metafísico, como la que con tanto éxito ha cultivado Antonio López en sus grandes panorámicas madrileñas. Más habitual es que esta parte de la ciudad destaque por su dinamismo, que también han sabido captar no pocos pintores: Ángel Aransay o Eduardo Lozano han reflejado el movimiento de los paseantes, a Javier Riaño le interesa más el fluir del tráfico, y Eugenio Ampudia Soria hizo un divertido retrato de los rótulos luminosos que se apagaban y encendían.

   
 
Julián Borreguero: Plaza de España, 1964
Eugenio Ampudia Soria: Plaza de España, 1986
Javier Riaño: Sin título (Paseo Independencia y Plaza de España), 2006

 

3.2.La plaza de los Sitios y otros verdes ensanches del Ensanche.
Muchos artistas frecuentan la Escuela de Artes y el Museo de Zaragoza, en cuyo vecindario se han organizado abundantes concursos municipales de pintura rápida, así que no es de extrañar el gran número de cuadros protagonizados por el magnífico monumento a los Sitios de Querol y la frondosa plaza donde se celebró la Exposición Hispano-Francesa de 1908. Algunas de estas pinturas tienen atrevidos encuadres, otras destacan por su colorido. En general, son visiones poéticas, muy sumarias y despejadas, que rezuman tranquilidad, como también las que ha inspirado el vecino Paseo de la Constitución, igualmente abundante en vegetación y monumentos.

     
 Félix Lafuente: Exposición Hispano Francesa, 1908  José Luis Cano: Monumento a los Sitios, 1968 Vicente Villarrocha: La Venus Negra, 1988 


3.3. El bucólico atractivo de otras grandes arterias, el Parque Grande y los “parques residenciales”.
El arbolado entreverado con monumentos o arquitecturas señoriales todavía sigue siendo una característica de la Gran Vía o Sagasta, donde aún se conserva el paseo en la vía central con sus zonas de juegos infantiles y terrazas de bares. En la Plaza de San Francisco incluso vuelven a aparecer los porches, similares a los de Independencia, mientras que las demás grandes arterias modernas destacan por su gran número de carriles para el tráfico rodado. Los coches, semáforos y señales de tráfico protagonizan muchos de las retratos pictóricos más emblemáticos de nuestra modernidad urbana; pero mientras algunos como Francisco Antonio Casedas o Susana Sancho Beltrán pueblan de gente sus composiciones, otros como Alfonso Forcellino, Pepe Cerdá o Fernando Martín Godoy representan panoramas sin personajes, quizá para expresar la deshumanización de la gran ciudad. Diferentes disyuntivas plantea el Parque Miguel Primo de Rivera, tantas veces inmortalizado por nuestros literatos y pintores: a veces como lugar de bucólicos encuentros para parejas, familias o amigos que disfrutan socializando sobre la hierba, en los veladores o de paseo; más a menudo como un sitio lleno de silenciosos rincones apacibles donde evadirse por un instante de la ciudad para disfrutar de la naturaleza.

     
María Pilar Burges: El Rincón de Goya, 1953  Fernando Martín Godoy: Bloque (Paseo Mª Agustín), 2005   Susana Sancho Beltrán: Avda. Goya con Gran Vía, 2008


4 El cinturón industrial y la periferia urbana.

4.1. Los barrios del desarrollismo y suburbios industriales.
A diferencia de otras grandes ciudades, en Zaragoza no se pintaron cuadros en la segunda mitad del siglo XIX y principios del XX sobre las estaciones y vías del ferrocarril, donde se fueron localizando grandes fábricas de harinas, azucareras, alcoholeras, químicas, o metalúrgicas. Tampoco inspiraron a muchos artistas contemporáneos los barrios obreros del tardofranquismo, salvo excepciones como el cuadrito que Eduardo Laborda pintó en 1969 sobre la calle Santander y la calle Tarragona, o una imagen muy Pop que en 1975 Ángel Pascual Rodrigo representó desde su piso-estudio en San José de la explanada donde entonces se instalaban las ferias y circos, con el Camino de las Torres al fondo.
Pero en los últimos decenios sí se han convertido las barriadas proletarias y los suburbios industriales en motivo favorito para pinturas por lo general de entonación gris y composiciones muy geométricas. Más bien constructivistas en el caso de Jesús Sus o Carmen Pérez Ramírez, de filiación algo surrealista en Laborda, Ignacio Fortún, o Guillermo Cabal Jover. Todas tienen en común la ausencia de personajes, como si una bomba de neutrones hubiera respetado los coches, el mobiliario urbano y los edificios, pero dejándolos exentos de habitantes. Quizá sea una forma de hacernos reflexionar sobre la importancia de la gente, que da vida e identidad a estos distritos planificados en serie: las industrias y las casas de los trabajadores son idénticas en cualquier barrio de Zaragoza o de otras ciudades.

     
Eduardo Laborda: Estación del Norte, Zaragoza, 1996 Guillermo Cabal Jover: Harinera Solans en 1996, 2000 La Avenida de Madrid desde arriba, 2001

4.2. El limes campo/ciudad y las vistas hacia Zaragoza desde su hinterland.
Tradicionalmente no existía una delimitación clara entre la naturaleza y la ciudad, pues en torno a ella estaban los monasterios, cementerios, industrias, quintas suburbanas, u otras formas de suave transición en el uso humano intensivo del territorio. En Zaragoza, un escenario de esta suave intersección se localizaba por ejemplo en la Quinta Julieta y el Canal Imperial de Aragón; pero desde hace cuarenta años Gregorio Villarig ha ido pintando sobre este paraje cuadros que atestiguan poéticamente el proceso de urbanización de la zona. Y también Iris Lázaro, que desde los años ochenta ha convertido en uno de sus temas favoritos la nostalgia de los bancos decorados con cerámicas publicitarias que adornaban sus orillas. Por su parte, los artistas más apasionados por el cinturón industrial y obrero también nos señalan a menudo cuan radicalmente se alzan fábricas o altos bloques de viviendas al borde mismo de campos todavía cultivados o a ambos lados de un puente; por ejemplo el del Gállego, en la Avenida de Cataluña. A partir de estas trincheras que demarcan la vanguardia urbana en avance permanente, conviene volver la vista atrás para reflexionar de lejos sobre el crecimiento de Zaragoza.

     
Carmen Pérez Ramírez:  Desde el huerto por el puente del Gállego, 1999 Iris Lázaro: Eléctricas Reunidas de Zaragoza, 2008   Ignacio Fortún: La ciudad del canal, 2008

Muchos cuadros han retratado panorámicas de Zaragoza y su vega. Frente a las tradicionales vistas desde el otro lado del Ebro, los artistas más modernos prefirieron volverse a mirarla desde algún altozano meridional, ya que hacia el sur se dirigía preferentemente su expansión urbana. Uno de los primeros es el óleo que en 1877 ejecutó Antonio Montero desde el cementerio de Torrero; pero la opción iconográfica más repetida sería pintarla desde el Cabezo Cortado. Allí ejecutó Ceferino Cabañas en 1904 su bellísima Vista de Zaragoza, donde junto a las torres de los campanarios coprotagonizan la composición las humeantes chimeneas de las industrias. Es el mismo paraje que Juan José Gárate pintó en su famoso retrato de los prohombres organizadores de la Exposición Hispano-Francesa de 1908 ante un panorama de la ciudad, imitando el exitoso esquema zuloaguesco de figuras ante un paisaje, que repitió con unos joteros en el titulado Copla heroica.

     
 Ceferino Cabañas: Vista de Zaragoza, 1904  Juan José Gárate: Vista de Zaragoza, 1908  Francisco Marín Bagüés: La Jota, 1932

En el último cuarto de siglo, la mayoría de las vistas panorámicas han sido concebidas en localizaciones septentrionales. Por ejemplo, las que Ruizanglada pintó al acrílico en 1995 desde la MAZ, donde se ven las huertas del vecindario y al fondo se adivinan las torres del Pilar en un horizonte totalmente repleto de edificios. Más al noreste, desde Villamayor, Pepe Cerdá ha presentado con cierto distanciamiento las luces de la ciudad, pequeñitas en medio de la inmensidad del cielo y los montes oscuros. También desde el septentrión, pero mucho más al oeste, está imaginada La ciudad desde Juslibol de Ignacio Fortún pintada en 2008 como un testimonio de este año tan señalado, con la Torre del Agua sirviendo de contrapunto a las del Pilar y la Seo que enmarcan la composición a cada lado.

     
Cecilio Almenara: Vista de Zaragoza, 1944 Martín Ruizanglada: Desde la MAZ I, 1995 Pepe Cerdá: Zaragoza desde el Camino de la Pica, 2005

Jesús Pedro LORENTE
Director de AACADigital

Fecha de Entrega: 23/12/2008
Fecha de Admisión: 30/12/2008


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