Número 39 | Junio de 2017
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Miguel Ángel Gil Andaluz: FIN
Torreón Fortea, Zaragoza (foto: Memoria encajonada, 2017. Gres, engobe y cajón de madera)
 
 

La dilatada trayectoria artística de Miguel Ángel Gil Andaluz (Barcelona, 1966) queda patente en la magnífica exposición que bajo el título FIN se presentó en el Torreón Fortea de Zaragoza entre el 9 de mayo y el 11 de junio.

Una exposición cuya temática surge del carácter arquitectónico de los sótanos del Torreón Fortea en los que se ubica la sala y de su evocación de las catacumbas y los depósitos de osarios. El hilo conductor es una evidente alusión a la muerte, materializada en huesos y calaveras de cerámica magistralmente moldeados. Piezas de gres y porcelana de un blanco níveo que subrayan la fragilidad de la vida y la infinitud de la muerte. Miguel Ángel Gil se sirve de las numerosas connotaciones simbólicas que despierta la morfología del esqueleto humano para componer un relato ácido y crítico, pero a la vez poético y esperanzador.

Gil coloca al espectador ante la desnudez de nuestro ineludible final proponiendo una lectura en positivo, no como una derrota de la vida sino como su continuidad, ahora inanimada, trasladada a la estructura ósea que le dio soporte. El esqueleto humano, como refinado mecanismo arquitectónico articulado, aún cumple una misión postrera al convertirse, tras la muerte y la descomposición de nuestro cuerpo, en el archivo en el que quedan registrados los avatares de nuestra existencia: nuestra edad, nuestra complexión, nuestras heridas y, en ocasiones, hasta la causa de nuestra muerte. El esqueleto, después de la muerte, se convierte así en la prueba necesaria para certificar que con anterioridad hubo vida y cómo la vivimos.

Esta dialéctica de contrarios no es nueva en Gil, como él mismo señalaba en su instalación Lloviendo blanco, yo viendo negro: “Esta instalación responde a una inquietud que se repite a lo largo de mi trabajo, (…) una inquietud representada por un contraste extremo tanto en el color (blanco-negro), en la forma (esfera-cubo), o en el espacio (hueco-volumen).”

Así, la vida y la muerte se dan cita en esta muestra, serpenteando por los límites difusos que las separan. En ocasiones para reclamar la dignidad del final de la vida, como en la obra Memoria encajonada, en la que denuncia el abandono de los miles de personas asesinadas y enterradas en paradero desconocido tras el Golpe de estado de 1936. En otras, para denunciar la manipulación de la muerte, como en El sustento de la religión, en la que señala cómo alrededor de la muerte, y la falsa promesa del regreso a la vida, la Iglesia católica ha desplegado todo su programa ideológico. Pero también hay margen para el misticismo y la espiritualidad, como en su pieza Muerte kintsugi, en la que reivindica la técnica japonesa del mismo nombre consistente en reparar con oro las vasijas que se han roto y que por su vinculación emocional con nuestra existencia optamos por repararlas y conservarlas.

El conjunto de la exposición es un ejemplo más de la coherencia argumental y el compromiso social que caracteriza la obra de Miguel Ángel Gil. En el aspecto formal hay que destacar el dominio de la maleabilidad del material cerámico, con el que Gil trabaja desde los años 90 del pasado siglo, y el tratamiento escultórico que le dispensa en su presentación. Sus obras están cargadas de sarcasmo e ironía, en algunas de las cuales se aprecian guiños a la poesía visual de Joan Brossa o a la fotografía de Chema Madoz.

En el montaje y disposición de las obras, queda patente el control de las claves de la instalación y una presentación propia del lenguaje de la acción y la performance. Una experiencia que arrastra desde su participación en la mítica asociación de artistas del Grupo Pértiga, que protagonizó uno de los capítulos más notables en la ebullición que las artes plásticas vivió en el arranque del presente siglo en Zaragoza, en especial con su dúo performático, Josema Olidén. Una experiencia que Gil ha incorporado a la clausura de la exposición, desarrollando una espectacular performance en colaboración con la voz de Gustavo Giménez. Un broche de oro para una magnífica exposición que quedará en nuestro recuerdo como una de las más sobresalientes que han pasado por el Torreón Fortea. 

Diego ARRIBAS
Escultor. Miembro del Grupo de Investigación de I+D: HAR2016-78241-P. “El arte y las transformaciones del espacio común del territorio”. Miembro de AACA, AECA y AICA

Fecha de Entrega: 29/06/2017
Fecha de Admisión: 30/06/2017


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