Número 29 | Diciembre de 2014
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Venturas y desventuras del artista aragonés Eleuterio Blasco Ferrer en Burdeos bajo la ocupación nazi
(en imagen: Eleuterio Blasco Ferrer fotografiado hacia 1942. Archivo particular, Barcelona)
 
 

Resumen:

El presente texto analiza la situación de los españoles republicanos exiliados presentes en Burdeos durante la ocupación alemana, tomando como eje del discurso las vivencias de Eleuterio Blasco Ferrer, sus relaciones y las dificultades de supervivencia en dicho contexto.


Abstract:

The present text analyses the situation of Spanish republicans exiled in Bordeaux during the German occupation. The guiding thread will be the experiences of Eleuterio Blasco Ferrer, his relationships and his survival difficulties in that context. 

Palabras clave castellano: Eleuterio Blasco Ferrer, exilio, Burdeos, ocupación nazi, arte aragonés, anarquismo
Palabras clave inglés: Eleuterio Blasco Ferrer, exile, Bordeaux, nazi occupation, Aragonese art, anarchism

 

El artista aragonés Eleuterio Blasco Ferrer (Foz-Calanda, Teruel, 1907-Alcañiz, Teruel, 1993) había atravesado la frontera franco-española el 10 de febrero de 1939 junto a la mayor parte de compañeros de la 26ª División “Durruti”. Se iniciaba así una verdadera odisea de supervivencia en el país galo, como la de tantos otros republicanos, donde se establecerá en un exilio definitivo (Pérez Moreno, 2014).

Blasco será internado en el campo de concentración de Vernet d´Ariège, en el que permanecerá siete meses, y en el de Septfonds, cuya estancia no superó los dos meses. Allí será contratado por un ingeniero de la fábrica Motobloc de Burdeos, probablemente a finales de octubre de 1939, en el contexto de economía de guerra ante el inminente enfrentamiento con Alemania tras la declaración de guerra. Se iniciaba así lo que podemos llamar su etapa bordelense, hasta que en 1942 se instale definitivamente en París. Un periodo de oscuridad moral y supervivencia del que pretendemos dar cuenta en estas líneas.

Motobloc había sido fundada en 1902 bajo el nombre de Société Anonyme des automobiles Motobloc,que tuvo una primera época de esplendor antes del crash de 1929, llegando a competir directamente con Renault, Citröen o Peugeot. También realizó partes mecánicas para empresas aeronáuticas y líneas aéreas. La crisis le llegó en 1931, aunque la fábrica continuó funcionando gracias a encargos estatales.

Con la llegada de Mr. La Garrigue a la dirección, se acomete una profunda reestructuración, destacando ahora varios sectores con preponderancia del militar: elementos para tanques, bombas de aviones y equipos mecánicos. En las fechas previas a la ocupación nazi, Motobloc experimenta una nueva prosperidad y aumenta el número de empleados que llegó a ser de casi 1500[1].

Este momento de reorganización empresarial y pujanza de la Motobloc, así como la contratación de internos del campo de Septfonds, hemos de entenderla en el marco de la economía francesa de guerra. Desde fines de 1939 en los campos de refugiados se forman directamente numerosas Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE), que englobaban a unos 20.000 republicanos españoles al comienzo de la guerra, destinadas, inicialmente, sobre todo a tareas de organización defensiva de fronteras y construcción de campamentos militares, opción esta elegida por muchos milicianos que prefirieron este enrolamiento antes que la humillación del internamiento. Comenzada la guerra, la inicial voluntariedad se convirtió en obligatoriedad, conllevando un progresivo desalojamiento de los internos. Se crearon dos categorías de refugiados, los que habían de regresar a España o encontrar rápidamente un país de acogida, y los autorizados a permanecer en Francia, formados por los refugiados útiles susceptibles de desempeñar un trabajo asalariado, además de inválidos, heridos, y familias cuya cabeza familiar tuviera un empleo o se hubiera incorporado a alguna CTE o formación combatiente (Dreyfus-Armand, 2000: 106).

La otra forma de integrarse en la economía francesa era a través de reclutamiento directo en los campos para trabajar en la industria o la agricultura. La industria de guerra se interesó con rapidez por los obreros especializados españoles, y superadas las reticencias de posibles sabotajes, prevaleció la opinión de su participación en la producción, con la debida prudencia. La última opción era enrolarse en las Fuerzas Armadas (Stein, 1983: 131-141). Recordemos con tristeza el campo de concentración de Mauthausen, destino de la mayoría de soldados y trabajadores españoles que cayeron en manos de los nazis (Wingeate, 2004).

Las fábricas de armamento y aeronáutica necesitaban mano de obra cualificada y procedieron a la contratación de personal de los campos de concentración. A Septfonds se habían enviado obreros especializados, y fue objeto de varios reclutamientos (Dreyfus-Armand, 2000: 110). No queda del todo claro si las contrataciones de la Motobloc fueron realizadas directamente por la empresa o a instancias de algún ministerio interesado (Trabajo y Armamento, del Aire, de la Guerra) aunque como hemos dicho anteriormente, según Blasco Ferrer fue directamente un ingeniero de la Motobloc de Burdeos quien se presentó en el campo de Septfonds en busca de obreros preparados.

La manera más deseable para los españoles era el sistema de contrato, que proporcionaba la posibilidad de salir del campo y residir incluso con la familia (si podía ser reunida), en alojamientos proporcionados por el empleador. Los empleadores visitaban los centros de reclusión, buscando en primer lugar a españoles que pudieran haber trabajado como obreros estacionales antes de la Guerra Civil; y después de ellos, a cualquiera con capacidad para realizar el trabajo, de manos fuertes y experimentadas. El proceso de selección incluía la comprobación del estado físico del candidato. El Gobierno francés llegó a realizar inventarios de las capacidades industriales de los refugiados recluidos ante la creciente demanda de mano de obra. Obreros especializados en metalurgia, albañilería, carpintería y demás sectores, fueron trasladados a determinados campos, donde se firmaron contratos para trabajar en centros industriales en toda Francia (Stein, 1983: 128). De esta manera, en febrero de 1940, la mayoría de los españoles estaban trabajando bajo contrato, en las compañías de trabajadores, o en las Fuerzas Armadas.

La contratación de Eleuterio Blasco por la empresa supuso la salida de Septfonds en unas condiciones mejores de las que tenían los enrolados en las CTE. Para acceder a estos contactos directos eran necesarios informes favorables, y en general vivirán mejor: se les favorece el reagrupamiento familiar, y, aun con vigilancia, gozan de bastante libertad de movimientos. Los que trabajan para alguna CTE son sometidos a dura disciplina militar, no conviven con su familia, sino en barracones, a veces rodeados de alambradas (Cervera, 2009: 46).

Las circunstancias, así como el salario (comida y alojamiento aparte), eran en todo caso variables, y dependían de los propietarios. El prestatario no podía desplazarse fuera de los límites de la zona asignada sin la preceptiva autorización, bajo la pena del regreso a los campos de internamiento o la cárcel.

Sobre ese tiempo en la Motobloc nos dice Blasco “Los primeros dineros que gané, los empleé para vestirme como mejor pude” (Blasco Ferrer, sf). Blasco siempre fue una persona elegante. Las expresiones y la forma de actuar lo caracterizaban especialmente, le hacían inconfundible, creándose esa imagen de Blasco siempre con traje de chaqueta, con su lacito pajarita y su sombrero, conservando siempre una mirada triste y lánguida; una expresión humanista.

Siete meses estuvo trabajando allí, hasta la llegada de las tropas alemanas (Blasco Ferrer, sf). Esto es, de noviembre de 1939 a finales de junio de 1940. Desde el día 4 de enero de 1940 Blasco queda inscrito y afiliado a la Caisse Primaire Centrale D´Assurance[2], y por tanto con un seguro de salud primaria. El día 10 de junio el Gobierno abandona París, declarada ciudad abierta, y se traslada a Burdeos. El 14 las tropas nazis ocupan la capital francesa. El 16 se produce la dimisión del primer ministro Reynaud, siendo sustituido en el cargo por el mariscal Pétain, quien pide el armisticio a través del Gobierno español. La firma de paz se produjo simbólicamente el 22 de junio, por instancias del propio Hitler, en el vagón de tren donde se había firmado la rendición alemana tras la Primera Guerra Mundial un 11 de noviembre de 1918 (Artola, 2010: 35).

Ese junio de 1940[3] Blasco, como muchos otros españoles contratados por empresarios, pierde el trabajo:

Al llegar las fuerzas alemanas a Burdeos me quedé sin trabajo y sin dinero. En los siete meses que trabajé desde mi salida del campo hasta la llegada de los alemanes, todo lo que gané lo empleé en lo que más falta me hacía.

 

Pasaron a estar en una bodega, en un sótano, y “los alemanes cogían a unos cuantos y los fusilaban”. Un tal Monteagudo, que pasó aquellos momentos con Blasco, le contó esto a Emiliano Blasco muchos años más tarde. Ellos gritaban “Nosotros espagnols, espagnols”, asustados e intentando diferenciarse de sus compañeros[4].

Blasco, como Monteagudo y Zurita, será uno de los 130.000 exiliados en Francia en junio de 1940. Algunos de ellos llegarán a Burdeos huyendo del avance nazi. La permanencia en Burdeos en ese momento se debió sobre todo al desconocimiento del pacto firmado entre Pétain y Hitler respecto a la Zona Libre. Es probable que muchos de ellos hubieran optado por su marcha a Toulouse, aunque las condiciones de la Francia Libre no serán mucho mejores.

Burdeos en este periodo ve crecer su población de los 200.000 habitantes a casi el doble, especialmente con el traslado del Gobierno y sus funcionarios a esta ciudad, muchos de los cuales partieron del puerto hacia Casablanca. La Cruz Roja instaló cocinas al aire libre, y la alcaldía de la ciudad creó un servicio de socorro para los refugiados. Existía un aire de expectativa, sabiendo que en la Zona Libre muchos españoles estaban acabando de nuevo en los campos de Argelès o Saint-Cyprien, si bien los que tenían mayores razones para huir de los alemanes habían buscado marchar a Marsella para intentar el viaje a América. Tal aglomeración hacía que la gente durmiera en las calles, parques y plazas, acompañados por el buen tiempo del inicio del verano.

Burdeos queda en zona ocupada por los nazis[5], y su puerto adquirirá gran relevancia con la construcción de bunkers para los U-Boots, los submarinos alemanes que participarán en la batalla del Atlántico. Los alemanes ofrecían cien marcos de ocupación[6] por ocho horas de trabajo en los astilleros navales donde se estaba construyendo dicha base submarina, si bien, según Abel Paz, los refugiados españoles desconfiaban y no tendieron a trabajar allí (Paz, 1993: 144). Stein señala que 3.000 de los 5.000 extranjeros que construían la base submarina alemana eran españoles (Stein, 1983: 157).

La situación para los refugiados en la Francia ocupada frente a la de Vichy será diferente, y especialmente complicada. En lo que respecta a la primera, donde se halla Blasco Ferrer, el 3 de septiembre de 1940 se concede autorización a los prefectos para arrestar refugiados con total libertad. El 1 de octubre se aprueba la Ley de persecución y trabajos forzosos sin sueldo, por la cual españoles sin trabajo de 18 a 55 años son obligados a trabajar unas 10 horas diarias, con continuas vejaciones y maltratos, y muchos de ellos en bases submarinas y balísticas (Cervera, 2009: 47-54).

La vigilancia ejercida sobre los exiliados republicanos está a cargo, bien directamente de autoridades alemanas, bien de francesas al servicios de estas. En octubre de 1940 el comandante militar alemán exige un informe mensual acerca de las actividades de los “españoles rojos” (Rotspanier), para tenerlos censados y localizados; y desde comienzos de 1941, los prefectos de la zona ocupada elaboran listas con los españoles residentes en su departamento[7]. En todo caso, las autoridades de ocupación tenían otra prioridad: la explotación de la mano de obra de los países ocupados, que a los ojos de los españoles rápidamente adoptará la forma de una represión, pues los alemanes centraron sus miradas en la abundante fuerza de trabajo que estos representaban para los talleres de la organización Todt[8] y para las fábricas situadas más allá del Rin (Dreyfus-Armand, 2000: 144-155).

Además de este contexto de miedo, la situación para sobrevivir era extremadamente difícil. Era complicado encontrar un trabajo que no fuera emplearse con los alemanes en la Todt, en los trabajos que se estaban desarrollando en la desembocadura del Garona, la zona portuaria, o la construcción del “muro del Atlántico”.  Blasco recurrió a la colección de dibujos que había hecho en los campos de concentración. Marchaba de café en café y de tienda en tienda en el deseo de vender alguno de ellos e ir tirando hacia adelante (Blasco Ferrer, sf).

En una de estas tiendas, en la calle Sainte Catherine[9], donde se vendían artículos de bisutería barata, cuadros comerciales, etc., el dueño, un judío llamado Roverbal, instó a Blasco a pintar cuadros más comerciales que los que presentaba. Este le compró todo el material que necesitaba para pintar y le encargó que realizara una mujer desnuda como prueba. Al parecer el comerciante quedó satisfecho, pasando Eleuterio a trabajar para este marchante, lo que le permitió ganar algún dinero para incluso realizar alguna obra en hierro (Blasco Ferrer, sf):

Como cuando se tiene hambre hay que agarrarse a un hierro ardiendo para llenar el estómago, empezó a trabajar para el mencionado comerciante. Le daba un original y le pedía diez copias. Cada copia se la pagaba a 100 francos. Blasco se aplicaba en esta tarea y así vivía o malvivía (Paz, 1993: 164).

Como dice Dreyfus respecto a los republicanos españoles en la Francia ocupada, la preocupación primaria de la gran mayoría (…) era conseguir ser olvidados y sobrevivir (Dreyfus-Armand, 2000: 136), o dicho de otra forma, tratar de vivir y pasar desapercibidos. Blasco consiguió estas dos cosas, pero algunos de sus compañeros, no lo lograron y acabaron en Alemania, y en el peor de los casos muertos en los campos de concentración. La cuestión para estos refugiados era integrarse más o menos en la población, donde estaban dispuestos a realizar cualquier trabajo que les permitiera salir adelante.

La galería de Roverbal contaba con varias firmas, aunque según Blasco “casi todos los cuadros expuestos estaban firmados por mí” (Blasco Ferrer, sf). En esos días conoció al escritor Benigno Bejarano (Labrador, 2009), que había venido de París y que Blasco conocía por su novela “Fantasmas”. Traía una colección de acuarelas realizadas de copias “con bastante habilidad”. Era desconocedor del óleo y “con sus palabras zalameras hizo que yo le presentara a algunos clientes y a mi marchante”(Blasco Ferrer, sf).

Según cuenta en sus memorias Abel Paz, que le conoció en 1940, Bejarano, era “un tipo delgado, sumamente delgado, alto, de cara alargada, como escapada de un cuadro de El Greco” de “cabello negro ensortijado y una frente abombada, extremadamente abombada”. Vivía con su mujer, “una madrileña muy echá palante, pizpireta, que llevaba a Bejarano por la calle de la amargura” (Paz, 1993: 163), llamada Conchita (Labrador, 2009, 1070), en un hotelito de la calle Kepler, cercano al bar “bistrop” Chez Pierre de la pequeña calle Moliner, donde también se hospedaban Antonio Casanova (pseudónimo de Antonio Freire, con quien Abel había compartido barraca en Saint-Cyprien) y Eleuterio Blasco Ferrer (Paz, 1993, 161). Formaba parte del llamado barrio español, con las calles de La Fontaine y Kleber. En la misma calle Kleber había una frutería regentada por un francés de origen español llamado Campos (Paz, 1993, 135-137). Bejarano y Casanova vivían en el cuarto piso, frente a frente; Blasco en la planta tercera. La habitación de Bejarano era la más espaciosa, y consistía en unos veinte metros cuadrados con una ventana que daba a un patio interior, una estantería con varios libros y un caballete a medio pintar junto a la ventana. Encajada en una esquina estaba la cama. En el lado opuesto el lavabo y junto a él, un mueble con un pequeño fogón a modo de cocina (Paz, 1993, 162-163).

El marchante indicó a Bejarano que si realizaba obras en óleo, quizá le podrían interesar. Blasco le dio lecciones de pintura y este “se mostraba siempre muy obsequioso, pero siempre de palabra” (Blasco Ferrer, sf). Bejarano pintó varios cuadros que Blasco retocó hasta que gustaron a Roverbal y se los compró: “Al final logró dominar el oficio, con mucha habilidad para hacer copias, pero ninguna de su invención” (Blasco Ferrer, sf).

La versión de Bejarano dista de la de Blasco. Como recoge Abel Paz, Bejarano contó un día en su habitación, estando presente Casanova y antes de que llegara Blasco, que le preguntó a Eleuterio si un día podía ir a ver a su “marchant” a pedirle trabajo, y que este le presentó a pesar de no haber pintado nunca. Roverbal le dio un cuadro que representaba un oasis, dos palmeras, un camello y un árabe, para que hiciera diez copias. Bejarano se gastó el poco dinero que tenía en pinturas, copió el original, y cansado ante la idea de repetir lo mismo, aumentó el número de palmeras, cambió al camello y al sahariano, y modificó el color del turbante, hasta que creó un original. El marchante quedó satisfecho y le pagó el doble de lo que pagaba a Blasco por copia. El colmo fue cuando este le entregó los originales a Blasco para que hiciera copias, lo que desencajó a Blasco, más cuando se enteró que le había pagado más por cada lienzo (Paz, 1993: 164-165).

La situación era muy precaria para ambos, Bejarano y Blasco. Más cuando, siendo este marchante su única fuente de ingresos, por su condición de judío, Roverbal desaparecía largas temporadas para protegerse de los alemanes, primero un mes pero cada vez más tiempo. Una noche de oscuridad absoluta, al pie del tranvía, Roverbal se despidió definitivamente de ambos.  Blasco cuenta una anécdota sobre este episodio:

            Bejarano, al ver que nos dejaba de nuevo le dijo al marchante: «¿nos va a dejar Ud. Otra vez sin comer?». El judío marchante echó mano del bolsillo y nos dio un billete de 100 francos a cada uno. Esto ocurrió al pie del tranvía, era de noche y como se estaba en guerra había una oscuridad absoluta en prevención de los bombardeos nocturnos. «Tomad esto hasta que vuelva, pintadme otra bailarina y otro torero», nos dijo el marchante. En esto que llega el tranvía y como despedida nos abraza y nos besa. Bejarano le dijo: «Señor Roverbal, es Ud. Nuestro padre». Bejarano, volviéndose a mí, una vez partido el tranvía, me dijo con una voz paternal: «Hijo, con esto sí que podremos aguantar hasta que vuelva».

            Tanto afán de dinero tenía Bejarano, que el billete de cien francos entregado para que le pintáramos él un torero y yo otra bailarina, le pareció un billete de cinco mil francos. Yo con ironía le dije: «Con cien francos pocas misas de once podremos hacer». Entonces Bejarano pensó «a lo mejor a mí me ha entregado un billete de cinco mil y a Blasco uno de cien»Cuando él se percató de la verdad, salían de su boca las frases más irónicas y maldiciones, hasta dijo: «Así le parta un rayo», y murmuraba: «Mira que darme cien francos a condición que le pinte Machaquito con su traje de luces y todo, y encima he tenido que besarle y abrazarle, cochino, así le parta un tren», decía. Todos estos insultos los pronunciaba con toda su gracia gitana habitual (Blasco Ferrer, sf).

 

Blasco guardaba buen recuerdo de Roverbal, que siempre les compraba las telas y gracias al cual pudo ir vendiendo algunas obras y ganar un poco de dinero: “Bejarano no vio más a este marchante, yo lo vi en París, después de la liberación dos o tres veces y siempre se mostró gentil conmigo” (Blasco Ferrer, sf).

La situación de Bejarano era peor que la de Blasco, ya que tenía hogar y familia. “Hubo un momento en que no teníamos él ni yo dinero para comprarnos comida” (Blasco Ferrer, sf), y se lanzaban de nuevo a la calle en busca de compradores. Bejarano tenía siempre buen humor y animaba con frases como “Ale, ale, vamos de prisa que aún hoy hemos de comer pollo” (Blasco Ferrer, 50). Blasco se lamentaba de su indigencia que le impedía comprar materiales para hacer esculturas. Bejarano lo hacía no tanto por poder dar salida a sus escritos como por poder pagar el alquiler del hotel: “La diosa miseria dominaba, con sus andrajos, nuestra vida de perseguidos” (Paz, 1993: 165).

Un día, cuenta Blasco:

 Entramos en una joyería donde vendían figuritas tipo standard. Al dueño le gustaron mucho mis figuritas de hierro. No nos compró nada pero nos dio la dirección de una señora coleccionista. Cuando nos vio aquella señora, mal vestidos y mojados, con cara de refugiados hambrientos, le entraron toda clase de recelos y tomó sus precauciones. Como Bejarano insistía en que la señora nos comprara algo, esta pensó mal de nosotros, pensando seguramente si mis obras no serían robadas, diciéndonos: «¿De qué procedencia son estas obras de arte?». «Señora, esta mercancía está hecha por nosotros, los refugiados como nosotros no roban ni perras con collar como usted». La señora llevaba una cinta de seda negra alrededor de su cuello que determinaba cierta distinción social(Blasco Ferrer, sf).

En esa época precaria apareció Mateo Santos (Bonet, 1995: 564; Madrigal, 2002: 261-262, Íñiguez, 2008: 1588), al que Blasco ya conocía de Barcelona, cuando era director de la revista Popular Films, y que estaba tan desesperado como ellos. Se presentó en su casa pidiendo cierta cantidad de dinero para pagar el alquiler de su habitación, pero “yo no tenía una gorda (…)” (Blasco Ferrer, sf). Fue una época de picaresca donde Blasco ayudó a Mateo con el dinero que este ganaba, e incluso Mateo se hacía pasar por pintor con obras de Blasco pintadas bajo pseudónimo.

Estos ejemplos de la relación entre Blasco, Bejarano y Mateo Santos, reafirma la idea de que cuando se reunía un grupo de compatriotas, los refugiados se ayudaban entre sí. La solidaridad no era un mito, sino una realidad palpable, viviendo con los valores que habían defendido en las trincheras y en las barricadas, luchando por un mundo mejor. Un aliento solidario, un apoyo mutuo y una rebeldía, que resultan una constante en el espíritu anarquista. Dicho en palabras de Paz:

(…) cuando se vive en colectividad existe una especie de coacción moral que, por un lado, frena las tendencias a los desvíos y, por otro, aporta aliento solidario del conjunto: ambas cosas cooperan a mantener viva una ética social en el comportamiento humano” (…). La fe en el ser humano es el eslabón principal y básico de la concatenación de hechos que explican la revolución permanente de la humanidad en su camino a la utopía (Paz, 1993: 173).

Eleuterio Blasco vivió estos momentos con gran intranquilidad, bajo la constante amenaza de las requisiciones de mano de obra realizadas directamente por los alemanes o a través de los gendarmes franceses. A mediados de octubre de 1940 hubo una razzia en Burdeos, donde fueron detenidos muchos españoles, entre ellos Abel Paz, que fue trasladado a Las Landas para trabajar en el Muro del Atlántico con capataces de la organización Todt, de donde luego escapó[10].

En la Navidad de 1940 se dieron cita varios amigos íntimos en la habitación de Bejarano, no por celebrarlas en recogimiento religioso, sino para compartir “nuestra miseria material con la riqueza moral que todos alentábamos” (Paz, 1993, 175). Cada uno llevó lo que pudo: un kilo de mandarinas, latas de conservas, dátiles, higos secos, nueces y boniatos, que asados sustituyeron al tradicional turrón. Blasco Ferrer, que había vendido un cuadro, llevó “vino peleón y auténtico café, que molimos con una botella a falta de molinillo”, mientras la esposa de Bejarano guisó un pollo (Paz, 1993, 175). La conversación giró en torno al desarrollo de la guerra, el futuro de España y el papel de los aliados, la resistencia al invasor, etc. La noche transcurrió con optimismo en medio de estas conversaciones, sin pensar en lo que les depararía el futuro y antes de la dispersión de aquel grupo (Paz, 1993: 176).

El núcleo de amistades de Blasco se fue conformando en Burdeos. Entre ellos se encontraba el poeta Louis Émié, del que años más tarde ilustrará uno de sus poemas, o la familia española de María Lahoz, a cuya hija Rosita dio lecciones de dibujo y pintura y entablaron poco a poco amistad, pasando jornadas muy entrañables: “Había momentos que yo los pasaba muy estrechos y esta familia se daba cuenta y me invitaban a cenar algunas veces” (Blasco Ferrer, sf). También conocía al dibujante Andrés García de la Riva (véanse Bonet, 1995: 168-169; Colombo, 1983) y su compañera, la joven libertaria barcelonesa Soledad Estorach (véase Íñiguez, 2008: 560), los cuales se habían encontrado en París antes de que la llegada de los alemanes les empujara a Burdeos, aunque no sabemos cómo de cercana fue su relación con el turolense. Fue Andrés quien habló a Abel Paz de Bejarano, Casanova y Blasco, y por el que estos estrecharon lazos. En el círculo de Abel Paz en Burdeos se hallaban Germinal Sentís (que en 1941 tomo parte en la reorganización de la CNT, alineándose con la postura de los escindidos tras la ruptura confederal)y Pedro Más Valois (Íñiguez, 2008: 1584), el cual trabajaba como fotógrafo. Ambos estaban vinculados a la CNT y vivían con unas compañeras del POUM, Quimeta y Natividad Mulet, y Daniel Berbegal (Íñiguez, 2008: 214), destacado miembro de la CNT y la FAI. Todos ellos estaban al corriente de la CNT en la clandestinidad y su reorganización en distintos departamentos, y convencieron a Abel Paz para que formara parte de una delegación que había de trasladarse a Marsella (Herrerín, 2004: 13-91). Dado el grado de amistad que Paz tuvo con Blasco, Casanova y Bejarano, hemos de pensar que al menos se conocían.

A comienzos de 1941, la situación para los refugiados españoles en Burdeos empeoró cuando en los meses de enero y febrero se produjeron sendos atentados contra las fuerzas de ocupación, el primero contra un sargento de patrulla que vigilaba en la estación de ferrocarril de Saint Jean; el segundo, de mayor resonancia, en Basses, en la desembocadura del Garona, en la base de submarinos. Estos hechos fueron rápidamente conocidos por todos los republicanos que tomaron distintas medidas de seguridad, desapareciendo o escondiéndose por un tiempo,  especialmente cuando empezaron los registros barrio a barrio donde vivían los refugiados, a quienes se creía implicados en  dichos actos (Paz, 1993: 176-177). Un movimiento de resistencia de españoles[11] y franceses que en 1942 creció considerablemente.

Tuvo que ser ese mismo año 1941 cuando Blasco realizó un primer viaje a París junto a dos españoles más, llevando consigo una colección de cuadros, dibujos y alguna pequeña escultura en hierro. Sus compañeros no tenían la documentación en regla y fueron trasladados a Alemania. Blasco, con miedo a que le ocurriera lo mismo regresó a Burdeos (Blasco Ferrer, sf). Hemos de reincidir en el hecho de que los refugiados españoles sufrieron las consecuencias de la II Guerra Mundial y de la ocupación de forma mucho más dura que los franceses. Sin derechos reconocidos y considerados sospechosos, siempre estaban ante la posibilidad de ser utilizados como trabajadores o combatientes. Quizá uno de esos refugiados que le acompañaron fuera Benigno Bejarano, que morirá gaseado por los nazis en un camión fantasma en el verano de 1944, tras haber pasado por los campos de concentración de Neuengamme y Watenstedt. El año 1942 fue fatídico para los españoles exiliados: se detiene a 911 personas, 610 son internados en campos, 177 son expulsados y 1429 serán investigados por asuntos de propaganda (Cervera, 2009: 51-55).

Realizó un segundo viaje cuando “creí que París estaba más calmado”, con el objetivo de instalarse definitivamente. En ese segundo viaje, posiblemente a principios de 1942, “encontré a una artista de varietés que ya conocía. Una noche fui al cabaret donde trabajaba y me presentó a una señora que me encargó que hiciera un retrato” (Blasco Ferrer, sf). También conoció al pintor belga Franz Van Montfort (1889-1980), quien le presentó en la galería de Berri, donde Blasco contrató la sala para una exposición.

No sabemos si es en el primer o segundo viaje a París, cuando entabla relación con Federico Beltrán Massés, que le auspiciará en varias muestras colectivas realizadas al año siguiente, tanto en el Hogar Español como en la Galería Charpentier  (Buet, 1943; Sebastián, 1972: 67).

Pero la estancia parisina se complicó cuando la Gestapo se presentó en el hotel donde se alojaba y le hicieron regresar a Burdeos “si no, me llevaban a Alemania” (Blasco Ferrer, sf). De nuevo el miedo. En esta situación, con la galería parisina reservada, sin poder sufragar los costes del catálogo y el alquiler de la sala, Montfort, que se encargaba de los trámites, le urgía para que mandara el dinero. A través de unos amigos de la familia Lahoz, consiguió el necesario y envió un giro postal al pintor belga. Después vendió en dos días 14 marinas y la cuestión económica le sonrió. Devolvió el dinero prestado y quedó saldada la deuda contraída (Blasco Ferrer, sf). A la inauguración de su primera exposición en Francia en la Galerie de Berri no pudo asistir. El permiso especial de la Prefectura parisina llegó al día siguiente. Dos días después ponía el pie en París, donde se establecerá de forma definitiva ese año.

Durante su periodo bordelés, Blasco continuó trabajando, realizando no solo dibujos, sino también lienzos y algunas esculturas, muchas de las cuales formarán parte de su primera exposición en París. Entre los dibujos realizados en Burdeos, destacamos el hermoso Pobreza, dibujo a tinta que posiblemente perteneció a Abel Paz y que él mismo utiliza para ilustrar aquel periodo de Burdeos en sus memorias tituladas Entre la niebla. En él observamos dos personajes, una pareja o matrimonio que se encuentra sentado frente a una mesa, en una habitación bastante austera. En la pared del fondo cuelgan unas prendas y un sombrero. A la derecha se abre una puerta, y a sus lados penden sendos cuadros. La pareja se abraza por los hombros, mientras la mano izquierda del hombre toca con cariño el vientre de la mujer, embarazada. Sobre la mesa unos vasos, una botella y un plato vacío. Los rostros de ambos muestran preocupación, cuando no tristeza ante la situación de pobreza en la que se encuentran, más cuando su hijo no va a tardar en nacer, ya que su estado de gestación es avanzado. Si bien estos temas son tratados habitualmente por Blasco Ferrer, no hemos de olvidar que está realizado en unas fechas en las que el autor sufre tremendas dificultades económicas en plena Francia ocupada, y aquí parece haber volcado toda su desesperanza personal, su propia pobreza, su angustia.

Ya en la ciudad del Sena, y tras la liberación, Blasco alcanzará notoriedad fundamentalmente a través de su obra escultórica en hierro, piezas a las que dotaba de una gran carga trágica y humana a través del gesto, convirtiéndose en uno de los principales representantes en Francia del exilio artístico.

Elevación, hacia 1940-1942, óleo sobre lienzo, paradero desconocido. Fotografía: Archivo particular (Barcelona).  El vagonero, hacia 1940-1942, hierro, paradero desconocido. Fotografía: Archivo particular (Barcelona).


[1]http://mini.43.free.fr/motobloc.html, [consultado el 23 de diciembre de 2012].

[2]Según consta en la documentación relativa a la solicitud de pensión. Archivo particular (Barcelona).

[3]A finales de 1939 se habrían marchado más de 300.000 españoles refugiados, unas dos terceras partes de los existentes tras la gran retirada.

[4]Entrevista realizada a Emiliano Blasco el 11 de febrero de 2012.

[5]La mayoría de los exiliados españoles se encontraban en el sur de Francia, en la zona Burdeos-Niza. En consecuencia, cuando se divide Francia en dos zonas, buen número de ellos residirán en la llamada Francia Libre: en el otoño de 1941 un total de 84.675 se encuentran en allí. En la ocupada 50.000.

[6]El marco de ocupación equivalía a 20 francos, pero su valor real era inexistente y los alemanes aprovecharon para comprar de todo. Los franceses, evidentemente, querían compras en francos.

[7]A finales de 1940 sin embargo, los nazis cambian su postura aplicando políticas muy restrictivas destinadas a evitar que se marche ningún español de Francia, al ser considerada obra muy útil y necesaria.

[8]En 1942 los alemanes inician un reclutamiento forzoso de trabajadores, muchos de ellos españoles despedidos de las industrias francesas que son reclamados directamente por los servicios de mano de obra alemanes. Son destinados a la construcción de fortificaciones en Francia, pero no pocos son enviados a Alemania. Entre 1942 y 1944 unos 26.000 españoles fueron llamados por la organización Todt, y unos 40.000 habrían sido enviados a trabajar a Alemania.

[9]El nombre de la calle donde estaba este marchante lo da Abel Paz (1993: 164).

[10]En sus memorias, narra Abel Paz como los alemanes pagaban la jornada al equivalente de 100 francos en marcos bloqueados de ocupación, por una jornada de ocho horas, frente a los 50 céntimos de las Compañías de Trabajo de la Zona Libre, y que esto era más una labor de atracción hacia los refugiados.

[11]Los anarquistas construyeron una fuerza de combate independiente dentro de la Resistencia francesa, frente a la comunista Organización Militar Española de la Unión Nacional Española (UNE). Organizaron su propia coalición, la Alianza Democrática Española, donde, además de la CNT, agrupó al PSOE, UGT, Izquierda Republicana, PNV, ERC, y Republicanos Independientes (ver Stein., 1983: 172).

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Rubén PÉREZ MORENO
Doctor en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza y profesor de enseñanzas medias

Fecha de Entrega: 30/11/2014
Fecha de Admisión: 31/12/2014


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